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domingo, 1 de noviembre de 2020

Cultura Unellez VIPI 38. Los ataques de los piratas contra Venezuela (Arístides Rojas y Aquiles Nazoa)

Una gran desolación y terror sembró el devenir de los piratas en Venezuela.
Imagen de Yajaira Espinoza en los archivos de Cultura-Unellez VIPI 




Pese  a que existen distintos relatos fantásticos sobre los ataques de los piratas contra Venezuela, las crónicas más precisas, coinciden en señalar las osadas incursiones del capitán Amyas Preston entre las más devastadoras. Este filibustero inglés, fallecido en 1609, figura al lado de otros corsarios como Francis Drake, Walter Raleigh  y John Hawkins, por su conducta temeraria y avaricia, la cual abarcó, además de nuestra tierra,  a los actuales territorios de Brasil, Haití, Cuba y Canadá. Dos respetados autores nacionales, Arístides Rojas y Aquiles Nazoa,  dan cuenta de sus incursiones aquí.

De antemano, gracias por su visita. 

Isaías Medina López

Compilador.
  
 
Arístides Rojas

“El día 8 de mayo de (1595) llegaron a Martinica el capitán Amyas Preston en la ‘Ascensión’, en compañía de la ‘Gift’, capitán George Sommers, y una pinaza, y tres buques de Hampton, uno mandado por el capitán Wallace y el ‘Darling’ y ‘Angel’, mandados por los capitanes Jones y Prowse. A su salida de Martinica el capitán Preston destruyó la principal población en Puerto Santo y varias aldeas,  como castigo de la crueldad y traición con que habían tratado al capitán Harvey y a su gente. Después de descansar las tripulaciones en Dominica, se hicieron a la vela el 14, pasaron frente a Granada, tocaron en Los Testigos, y fondearon a alguna distancia de la Tierra firme española. El 19 en la noche, enviaron los botes a la isla de Coche, donde capturaron algunos españoles con sus esclavos y pocas perlas. Allí permanecieron hasta el 21 en que siguieron rumbo hacia las costas de Cumaná donde tropezaron con dos botes volantes de Middlebourgh, que había prevenido de la aproximación de la escuadra a los españoles.

Estos enviaron a Cumaná un parlamentario con bandera blanca, para decirles que habían trasladado todas sus riquezas a los montes, y que los ingleses podían destruir la ciudad si querían, sin que los habitantes les hiciesen ninguna oposición; pero que si optaban por no desembarcar ni quemar la ciudad, les darían un rescate razonable y les proveerían de cuanto necesitasen. El capitán Preston convino en ello y después de recibir el rescate el 23 de mayo, se hizo a la vela para Caracas, en cuyas costas desembarcó sin ninguna oposición, cerca de una legua de distancia, al Oeste de la ciudad, tomando posesión de la fortaleza. Entonces subió la montaña con gran trabajo, teniendo que abrirse camino con sus cuchillos, en muchos lugares.

Por la noche, hicieron alto cerca de una aguada y a las 12 del día siguiente, 29 de mayo, llegaron a la cumbre del cerro.

“Habiéndose desmayado algunos hombres en el camino quiso el capitán Preston detenerse, para dejar que se repusiera su gente; pero la niebla acompañada de lluvia le obligó a bajar hacia la población de Santiago de León, la cual ocuparon a las tres de la tarde, después de un pequeño tiroteo. En Santiago de León estuvieron hasta el 3 de junio; pero no pudiendo acordarse con los españoles en el rescate, quemaron la población y las aldeas vecinas y retirándose por el camino real, llegaron a sus buques en la mañana del 4, habiendo pasado cerca de una fortaleza del camino, que les hubiera impedido la subida si hubieran intentado hacerla por este lado.

“El capitán Preston preguntó a un español que vino a tratar con él, en León, sobre las condiciones del rescate ¿cómo era que sus compatriotas dejaban una población tan bella sin rodearla de una fuerte muralla?, a lo que contestó el español, que ellos creían que su ciudad estaba guardada por murallas más fuertes que cualesquiera otras del mundo, aludiendo a las altas montañas.

“El día 5 el capitán Preston se dio a la vela siguiendo el rumbo de las costas de Coro, en las cuales incendió algunas chozas y tres buques españoles y el 9 desembarcó a dos leguas al Este de Coro, donde murió el capitán Prowse. El 10 entró la flota en la bahía y desembarcando de noche los hombres, marcharon éstos sobre la ciudad. El 11 tomaron por asalto una barricada y al siguiente día entraron en la ciudad; pero no encontrando qué saquear, la quemaron y regresaron a sus bajeles. El 16 se dirigieron a La Española y fondearon el 21 bajo el cabo Tiburón, donde tomaron agua. Para esta fecha habían sucumbido, víctimas de la disentería, 80 hombres y otros más estaban enfermos. El 28 dejaron la isla y el 2 de julio arribaron a Jamaica: antes de la llegada a esta isla se habían separado del convoy los tres buques de Hampton y el ‘Darling’ del capitán Jones. El 6 pasaron por los Caimanes; el 12 por Cabo Corrientes, donde tomaron agua; dieron en seguida vuelta al Cabo Antonio y el 13 tropezaron con sir Walter Raleigh de regreso de su expedición a la Guayana, en cuya compañía estuvieron hasta el 20 en que siguieron al banco Terranova, para continuar a Inglaterra donde llegaron al puerto de Milford Haven, el 10 de setiembre”.

Queda fijado en vista de esta relación que el verdadero filibustero que saqueó a Caracas en 1595, no fue Drake, como aseguran Oviedo y Baños y todos los historiadores y cronologistas modernos, sino el capitán Amyas Preston, uno de los aventureros de aquella época de fechorías.

Como un apoyo más a cuanto hemos dicho, léase lo que dice Kingsley al hablar de Amyas Leigh, durante la estada de este marino en las aguas de La Guaira en 1583. “Los capitanes Amyas Preston y Sommers, con una fuerza muy reducida, pero mayor que la de Leigh, desembarcaron donde no se atrevió éste a hacerlo; y al atacar la fortaleza del puerto, supieron como Leigh, que se esperaba su llegada y que el paso de la Venta, a 3.000 pies de altura, en el camino de la Cordillera había sido fortificado con barricadas y cañones. A pesar de esto, los aventureros de Preston ascienden a aquella altura, paso a paso, en medio de la lluvia y de la niebla. Llega un momento en que los soldados caen y piden la muerte de manos de sus oficiales, pues era ya imposible continuar. Pero así desmayados siguen, se abren camino por entre los bosques de bijaos silvestres y matorrales de rododendros, hasta que pasan por las faldas de la Silla y se presentan delante de los mantuanos de Caracas, quienes al verlos, quedan atónitos.

Después incendian la ciudad por falta de rescate, y regresan triunfantes por el camino real”.

“No sé si viven algunos descendientes de aquellos valientes capitanes, agrega Kinsley; pero si existieren, pueden estar seguros de que la historia naval de Inglaterra no relata hecho más titánico, efectuado contra la naturaleza y contra el hombre, que aquel ya olvidado, de Amyas Preston y su compañero Sommers, el año de gracia de 1595”.


Aquiles Nazoa 

Fue también el tiempo de Osorio aquel en que Caracas fue saqueada por el corsario inglés Amyas Preston. Los constantes asaltos con que el bandolerismo marino inglés de aquella época asediaba las posesiones españolas en América,  ran un lejano reflejo de la guerra encarnizada que en aquellos tiempos tenía lugar en Europa entre la Inglaterra isabelina y la España de Felipe II; guerra que tras la apariencia de una discrepancia religiosa entre protestantismo y catolicismo encubría en realidad una enconada pugna entre los dos imperios por el dominio del mundo, y en la cual terminó España por perder su armada, llamada hasta entonces La Invencible. A la cabeza de quinientos hombres de su flotilla desembarcó Preston en La Guaira en marzo de 1595, y después de someter el puerto a un saqueo del que no obtuvo sino algunos cueros y una carga de zarzaparrilla, siguió para Caracas. Desde el primero de enero, el gobernador Osorio había salido hacia Maracaibo y Trujillo, dejando encargados del Gobierno a los alcaldes de turno, que lo eran Francisco Rebolledo y Garci González de Silva. Las novedades del puerto se trasmitían entonces por medio de mensajes de humo, fogatas que distanciadas unas de otras venían encendiéndose en orden sucesivo a todo lo largo del cerro, hasta que la última era avistada por los centinelas de la ciudad.

Alertados los alcaldes en aquella ocasión del avance de los filibusteros, reunieron todas las fuerzas disponibles en la capital y tomaron el camino real hacia La Guaira resueltos a interceptarles el paso. Pero el previsor Preston tenía en su favor la cobardía de un español traidor llamado Villalpando al que había hecho preso en Cumaná, y quien a cambio de que le perdonara la vida, se había prestado a servirle como baquiano, trayendo a los filibusteros por un camino distinto de aquel por el que les esperaban las fuerzas de la ciudad. Utilizando así la pica de Galipán que desemboca en el río Anauco al este de la ciudad, mientras los españoles lo esperaban por el norte, pudo entrar cómodamente Preston a Caracas, encontrando las defensas de la capital en completo desamparo. La sorprendida población tomó lo que pudo de sus bienes y corrió a refugiarse masivamente con sus esclavos (pues los piratas también acostumbraban robárselos) en un sitio al sur de la ciudad, que por esa circunstancia se llama desde entonces la esquina de el Reducto. La jornada resultó victoriosa para los hombres de Preston, aunque no tan productiva en proventos de saqueo como ellos acaso esperarían, porque Caracas apenas se reponía en aquellos días de una voracísima plaga de gusanos que recientemente había abatido su economía. Pero sirvió también aquel duro trance para que la ciudad diera su primer ejemplo de heroicidad y patriotismo, en la figura de Alonso Andrea de Ledesma, viejo compañero de Diego de Losada, caballero de quijotesca estirpe, que al ver a su ciudad invadida por el extranjero montó su caballo, tomó su lanza y su adarga, y arremetió él solo contra los invasores. Admirado de su noble gesto el propio Preston dio orden de que se respetase la vida del hidalgo, pero fue tal la acometividad de aquel nuevo Quijote y tales los daños de su lanza, que los hombres para defenderse se vieron forzados a dispararle, derribándolo de un tiro de arcabuz. En homenaje de reconocimiento a la hidalguía de tan hermoso gesto, el cadáver de don Alonso fue traído a la ciudad en procesión por los invasores y enterrado –dice Baralt– “con grandes muestras de honor y respeto”. Del cobarde Villalpando, en cambio, recibió la ciudad su primera lección acerca del destino que espera a los traidores. Una vez utilizados sus servicios, completando su triste papel de Judas de la jornada fue colgado de un árbol por los mismos a quienes había servido.

Al darse cuenta los alcaldes del chasco de que les había hecho objeto el astuto inglés, bajaron apresuradamente el cerro, dispuestos a hacerle frente en la ciudad. Mas para esta eventualidad también había tomado Preston sus medidas, haciéndose fuerte en las calles del Cabildo y principalmente en la Catedral; allí sabía que por respeto a la majestad del lugar los españoles no se atreverían a atacarle. Allí se mantuvo inexpugnable desde el 29 de mayo hasta cuatro días después, cuando decidió retirarse, llevándose considerable botín y dejando a su paso numerosas casas en llamas.


  

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