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jueves, 13 de agosto de 2020

Cultura Unellez-VIPI 30. Leyenda de Marco Aureliano y el Cantor Desconocido (Encarnación Rivero)

 

De sus dotes como cantor llanero presumía Marco Aureliano.

Imagen en el archivo de Ofelia Rodríguez Pérez



Yo le contaría un cuento. Lo que pasa es que es largo. Pero es’ pulío’… aunque esto no es cuento; es cuento porque yo  lo estoy contando… Yo estaba muy muchacho, y había unas fiesta por ahí en esos campos. Ahora se presentó que un señor de Puerto Palacio,  llamado Rogelio Ríos, se enamora de una muchacha de Barbacoa, y él le dijo que si conseguía casarse con esa muchacha, a los cantadores que fuesen –ahí papá y varios cantaban–les daba el gusto de que si querían beber guarapo de caña, o si querían comer pavo horneado o cochino, lo que fuera, él lo compraba. Se llegó el día que la muchacha dijo que sí. Se presenta el matrimonio. Llegaron todos los cantadores de estas regiones; y ahí iba mi papá. ¿Está escuchando, señor, el cuento? El, temprano, me acostó. Él se ocupaba de vender casabe y dulce y queso. El me acostaba y me dejaba los medios de casabe picados y las lochas de queso. ¡Imagínese  una locha de queso! Cuando eso, no había tanto ladrón como ahora.

Bueno, está un señor de aquí, de Zaraza. Usted sabe, pero ese era el cuento: que a ese señor lo llamaban Marco Aureliano, así se llamaba él, y él era de Zaraza y se robó unos reales. Lo llevaron preso para Calabozo, que era la capital. Después lo soltaron y se cansó el hombre, se vino pa’ donde llaman Guanipa, más acá de Palenque; allá se alzó una muchachita, lo volvieron a llevar. Lo soltaron y se fue a vivir para Barbacoa, donde nadie lo conocía. Ya había dejado transcurrir él muchos años; nadie conocía la historia. Ese era uno de los cantadores que estaban en la parranda.

Entonces este Marco Aureliano estaba triunfando. Fue el mejor cantador. Se llevó diecisietes cantadores, ande entraba mi papá.

Ya la última noche, como a la una de la madrugada, llaman a los cantadores y a los músicos a comer. Un hermano del músico cogió el arpa y se puso a puntearla. Se presentó un hombre en un burrito con un sombrero de esos que salían antes, que decían que eran de casabe, de pajita. Empezó el hombre, cogió los capachos y empezó a cantar. Don Marco Aureliano, viendo que el hombre está cantando sabroso y que el tiempo apremia, se apareció.

Ahí llega Don Marco Aureliano y le quitó los capachos y sale con aquello que dice:

¿Quién es este cantador

que canta aquí en poblado?

Parece- animal ajeno

que yo tenía amarrado.

 

Ahora le contesta el hombre, el hombrecito; le dice, amurrungaíto porque está  asustado:

Yo estoy cantando aquí, Don marco,

porque cantando llegué

y ahora quiero que me diga

cantando quién es usted.

 

Le contesta Don Marco como un fierón:

Yo soy Don Marco Aureliano,

relancino en el cantar,

el que arroja a los cantores

a lo profundo del mar.

 

El pobre hombre abrió los brazos y dice:

¡Aonde me acordaba yo

de Don Marco, el cantador!

El que lo tuvieron preso

por ladrón y forzador.

 

Ese hombre, cuando lo lastimaron sacándole la historia vieja, se quedó abismado. Hacía como cincuenta años de eso y se quedó así;  pero, como cantador de fama, de chispa le dice:

 

Negrito sombrero blanco,

alabancioso embustero,

serías tú aquel esclavo

y te robaste el dinero.

 

Le contesta el negro sin más concha:

Don Marco, si soy esclavo,

eso no es cuestión de usté,

usté que no me ha comprado

Porque no tiene con qué.

 

Sale Don Marco, que no hallaba qué hacer, sale con esa rabia y le dice:

Negrito sombrero blanco,

amí no me digas nada;

que me hace calentá

y te rompo las narices;

porque Don Marco Aureliano

sabe cumplí lo que dice.

 

Ahí le contestó el hombre sin más concha, arrinconao:

Don Marco, si usté lo intenta,

darme una bofetada,

se le cae la caña a pedazos,

porque soy cosa sagrada.

Ahí le quitaron el arpa, perdió el premio. Eran cien bolívares que había. Se lo dieron al hombre, después de estar tres días cantando. Se lo llevó el hombre del burro. Y así suceden las cosas.

Valle de La Pascua (estado Guárico), 1977.

 

(*)Textos tomados de: El  héroe en el relato oral venezolano, (1992), de Pilar Almoina de Carrera. Caracas: Monte Ávila Editores.


Cultura Unellez VIPI 29. Las señas del marido. Estudio y varios poemas. Pilar Almoina de Carrera

 

Por muchos años, la casada, aguardó el retorno de su marido. 

Imagen en el archivo de Fernando Parra.

Antecedentes (fragmentos).  Este romance es uno de los más conocidos y abundantes en la tradición popular hispana. Menéndez Pidal (1953), destaca que este romance proviene de una canción francesa documentada ya en el siglo XV y al  que califica de “romance-cuento”: “…en 1605 se publica el último pliego suelto, en el cual se incluye un nuevo romance-cuento, Caballero de lejas tierras. Todos estos hechos nos dicen que hacia 1600 ha empezado una nueva época para la tradición oral, la época moderna en la que el romance novelesco de asunto completo es lo estimado corrientemente, una vez olvidado el gusto fragmetarista” (p. 160). Así, para Menéndez Pidal es “el primer romance de la tradición oral moderna”. (p. 194)

Wolf y Hofman ofrecen dos versiones del mismo asunto (1945): la publicada por Timoneda y la de Juan de Ribera, de 1605, Caballero de lejas tierras. Esta última, será la versión que dará origen a la tradición popular oral de más arraigo en España y América. Aun cuando se presentan variantes, que Menéndez Pidal explica por la fuente francesa: “Entre las muchas versiones de Las señas del marido se destaca una francesa, documentada ya en el siglo XV (mientras la española se publicó por primera vez en 1605), la cual esta asonantada monorrima en é, lo mismo que el romance, y en ella, supuesta la fluida variabilidad de la poesía tradicional, hallamos explicada una variante en que algunas versiones modernas española difieren de la publicada en 1605 y de otras de las actuales.” (p. 318-319)

El romance de Las señas del marido se recoge en Venezuela en amplia proporción. Casi todos los investigadores del folklore venezolano lo han recolectado, y a veces a partir de un surgimiento espontaneo, sin proponérselo propiamente.

La primera versión inédita incluida la colectamos, junto con otros investigadores, entre los cantos de la Parranda de San Pedro, en Guarenas, Estado Miranda. En esta variante, lo mismo que en todas las venezolanas hasta ahora recogidas, la esposa envía recuerdos  al esposo que está lejos, aprovechando la buena disposición expresa de un incognito viajero, que en este caso parte hacia Francia. Se utiliza en el texto la palabra memoria, en lugar de los saludos o la carta que generalmente aparece en otras versiones hispanoamericanas y venezolanas. Se mantiene el arcaísmo muerto es con relación al cual Menéndez Pidal destaca que se conserva en América en mayor número de versiones que en España (p. 353). Curiosamente, en este caso el supuesto matador del marido es el mismo francés de quien se dice que le regalo el caballo. De otra parte, es de notar la intensidad dramática y narrativa de esta variante, que elimina todos los elementos accesorios, manteniendo los indispensables del romance. Se advierte, por último, la conservación del tradicional asonante é.

                I

 Señora, me voy pa Francia;

señora ¿qué manda usted?

Mi marío que está allá,

memoria me le da usted.

No conozco su marío,

ni lo quiero conocer.

-Es un mocito bajito,

Sombrerito a lo holandés,

anda en un caballo rucio

que le regaló el francés.

-Ese señor que usted dice

siete años de muerto es,

en una mesa de juego

lo mató  el mismo francés.

-Siete años he esperado,

siete  años esperaré;

y si acaso no viniera,

a monja me meteré.

Y seis hijas que tengo

muy bien las repartiré.

Una dejo en el convento

para recuerdo de él.

-¡Vaya una mujer tan firme,

vaya una mujer tan fiel!

Esas son mis seis hijas

y mi querida mujer. (Informante: Justo Tovar. Colectores: Pilar Almoina de Carrera, Gustavo Luis Carrera y Abilio Reyes.  Guarenas, estado Miranda)

 

La versión II, inédita, me fue proporcionada por el profesor Efraín Subero, recogida en la Isla de Margarita. Aquí, el lugar de destino no es Francia, sino España; circunstancia al parecer poco común. También se observa el uso del término de memorias en el sentido de saludos; y por contrapartida, la pérdida del arcaísmo muerto es y su sustitución por la forma: “por muerto lo deje ayer”. Un aspecto a destacar en esta versión es la parte en que el marido trata de despertar los celos de la esposa: Doce galanes lloraban / y las mujeres también, / la más  que lo lloraba / la hija del rey francés.

Este fragmento también lo hemos encontrado, en forma equivalente, en otra variante venezolana, publicada por Enrique Planchart (1921) y recogida en el estado Miranda:   Mucho lo sintió la reina, / y mucho lo sintió el rey, /y mucho más lo ha sentido / la hija del genovés. Estos versos, que corresponden a la versión del siglo XVII de Juan de Ribera, se han perdido en la tradición española, y en la americana solo conozco estos dos ejemplos. El mismo Menéndez Pidal dice que solo sabe de una versión de las Canarias en que se conserven: “las versiones peninsulares y americanas sustituyen esa provocación a los celos por un mal encargo del presunto muerto: en el testamento deja/que me case con usted” (p. 356). Este pasaje con el encargo del marido solo aparece en dos versiones venezolanas, una de Cazorla, estado Guárico, y otra del estado Zulia.

Como cosa curiosa, en este texto se eliminan las señas que la esposa da del marido. De otra parte cabe subrayar la introducción de un claro elemento regional en los nombres de aquellas a quienes la esposa  piensa dar a sus hijas: Una le daré a Ña Ana / y otra a Ña Juana Isabel. Al final del romance aparece el nombre de la esposa, que aquí es de doña Ana, a diferencia del más frecuente de Catalina. Por último, sobresale el vínculo de antigüedad al mantenerse a todo lo largo el característico asonante é.

              II

Mañana voy para España

 

-Mañana voy para España,

¿qué manda a decir usted?

Memorias a mi marido,

Memorias si usté lo ve,

-No conozco a su marido,

Ni lo quiero conocer.

En una mesa de juego

por muerto lo dejé ayer.

Doce galanes lloraban

y las mujeres también,

la más que lo lloraba

la hija del rey francés.

-Doce años lo he esperado

y doce lo esperaré.

y si a los siete no llega

a monja me meteré.

Tres hijitas me dejó

luego las repartiré:

una le daré a Ña Ana

y otra a Ña Juana Isabel,

la más chiquita me queda

por ser parecida a él.

Voy a comprarle un rosario

para que ruegue por él.

Doña Ana oyendo esto

Muerta se quedó a sus pies.

-Yo soy tu propio marido

y tu mi propia mujer. (Informante: José Elías Villarroel. Las Piedras de Juan Griego, Isla de Margarita).

 

La versión III fue publicada por Rafael Olivares Figueroa procede del estado Guárico. Aquí como en todas las variantes venezolanas, la mujer encarga saludos al esposo, quien se ha criollizado hasta el punto de que es un zambito, hecho muy significativo con relación a los procesos de adaptación y “naturalización” característicos de la transculturación a nivel de la tradición popular.

Se conserva el arcaísmo de muerto es: mientras la nacionalidad del fingido matador del esposo cambia  por completo: ahora es un inglés, caso singular dentro de las versiones que conocemos. El nombre de la esposa es Mariquita, introduciéndose un elemento de vivo sabor criollo en el epíteto que le caracteriza: la flor del araguaney, el árbol nacional de Venezuela: ¡Mariquita, Mariquita,/ linda flor de araguaney!  Permanece el asonante é, que solo aparentemente se pierde al comienzo, ya que es evidente la falta del verso cuarto.

      III

-Señora, me voy Francia,

Dígame qué manda usted.

-Señor, yo no mando nada.

………………………….

Una carta a mi marido

que por allá debe ver.

-No conozco a su marido,

ni pretendo conocer.

Si quiere que lo conozca,

deme una señita de él.

-Mi marido es un zambito,

en el hablar muy cortés:

anda en un caballo rucio

que le regalo un francés.

-Por las señas que me da,

su marido muerto es.

Que lo mataron jugando

en la casa de un inglés.

-Siete años ha que lo espero,

y siete lo esperaré.

Si en otros siete no viene,

a monja me meteré.

Tres hijitas que de él tengo,

esas las repartiré:

una la daré a doña Ana

y la otra a doña Merced;

la mas chiquita la dejo

para recordarme de él.

-Búsqueme sus tres hijitas

que las quiero conocer.

¡Mariquita, Mariquita,

linda flor de araguaney,

estas  son mis tres hijitas,

tú mi querida mujer!

Allí se echaron los brazos,

Y volvieron a querer. (Informante: Benito Gutiérrez Carchidio. Altagracia de Orituco, estado Guárico).

 

El texto IV, publicado por Francisco Monroy Pittaluga, procede de la zona de los Llanos, al igual que el anterior. Entre las señas que la esposa da del ausente esta de llevar en el puño de la espada las armas del rey, aspecto que no aparece en ninguna de las variantes venezolanas que conocemos. También la esposa envía memoria, reafirmando un rasgo que puede conceptuarse como una costumbre. El fingido matador del esposo es aquí genovés; y es esta una de las versiones venezolanas donde aparece que el encargo del marido para la esposa es volverse a casar: y por herencia dejó / que me case con usted.

Al final, a semejanza de la otra versión llanera, se destaca el claro elemento criollo en la invocación a dos pájaros de los más característicos y hermosos de Venezuela, uno de ellos, el turpial, destacado con el símbolo de pájaro nacional: ¡Turpial de serranía,/ sabanero Cristofué, / abre los brazos, esposa, /que tu marido aquí ves! Por último, la conversación de la más firme tradición al mantener el asonante é.

 

      IV

-Señora, me voy  a Francia.

¿Qué manda a decir usted?

-Memorias a mi marido,

si lo llega a conocer.

-Señora, no lo conozco;

deme una seña cuál es.

-mi marido es mozo y blanco,

en el hablar muy cortés;

en el puño de su espada

lleva las armas del rey;

anda en un caballo rucio

y se viste a lo francés.

-Por las señas que me da,

por el dolor pasaré

de contarle que su esposo,

sin que se sepa por qué,

en una mesa de juego

le dio muerte un genovés

y por herencia dejó

que me case con usted.

-Caballero, eso no lo hago:

Siempre a mi esposo amaré;

hace seis años lo aguardo

y seis más lo aguardaré

y si todavía no llega

sola yo me quedaré;

las dos hijitas mayores

al convento meteré:

la más chiquita la dejo

por ser retrato fiel.

¡Turupial de serranía,

sabanero Cristofué,

abre los brazos, esposa,

que tu marido aquí ves! 

 

El último de los textos que incluimos, el V, publicado por Olivares Figueroa, procede de Maracaibo, estado Zulia. De allí que el fingido viajero que parte para Francia y se ofrece a la esposa, use la forma regional zuliana “querés”, ello como una nueva muestra de la fuerza del natural proceso de adaptación al medio, que es capaz de valer aun frente a la obligante tradición y el rigor conservacionista que caracterizan la permanencia del romance. Así mismo, es de observar en la esposa el raro nombre Arcalina.

De otra parte, reaparece el arcaísmo muerto es: mientras el fingido matador se identifica con un nombre: Lucas Francés, quizás vinculado con la forma presente en la versión venezolana I: “lo mató el mismo francés”. Esta variante zuliana es la segunda venezolana en que el testamento del marido ordena que la esposa se case con el viajero: y en el testamento manda / que me case con usted.  También es de observarse que en ella se mantiene a todo lo largo el característico asonante é. 

       V

Arcalina, Arcalina:

cara de rosa y clavel,

mañana parto pa Francia,

dime, mujer que querés.

-Si vieras a mi marido,

mil saludos me dés.

-No conozco a su marido:

Dígame las señas dél.

-Mi marido es chiquitico,

Bien vestido a lo francés

anda en un caballo pardo;

elegante y muy cortés.

Arcalina, Arcalina,

cara de rosa y clavel,

por las señas que me has dado,

tu marido muerto es:

en una casa de juego

lo mató Lucas Francés

y en el testamento manda

que me case con usted.

-Tres años lo he esperado,

tres años lo esperaré:

si a los tres años no viene,

a monja me meteré.

Las tres hijas que del tengo,

esas las repartiré:

una le daré a Doñana

y la otra a Doña Isabel;

la más pequeña, la dejo

para recordarme dél.

-¡Calla, calla, mi Arcalina,

Cara de rosa y clavel,

Todas tres son mis hijitas,

Y tú mi honrada mujer!   (Colector Olivares Figueroa. Maracaibo, estado Zulia)

 

 

Bibliografía citada:

Cadilla de Martínez, M. (1933). La poesía popular en Puerto Rico. Madrid: Universidad de Madrid.

Menéndez Pidal, R. (1953). Romancero Hispánico. Madrid: Espasa-Calpe.

Monroy Pittaluga, F. (1952). Cuentos y romances tradicionales en Cazorla (Llanos del Guárico. Caracas: Archivos Venezolanos del Folclore.  Universidad Central de Venezuela.

Olivares Figueroa, R. (1948). Folklore venezolano. Tomo. I. Caracas: Ministerio de Educación.

Pardo, I. J. (1955). Viejos romances españoles en la tradición popular venezolana. Caracas: Archivos Venezolanos del Folclore.  Universidad Central de Venezuela.

Planchart, E. (Agosto-1921) “Observaciones sobre el cancionero venezolano”.  Cultura venezolana. Nº 28. Caracas.

Vicuña Cifuentes, J. (1912). Romances populares y vulgares. Santiago de Chile: Biblioteca de Escritores de Chile.

Wolf, F.,   y Hofman, C. (1945) Primavera y flor de romances. Antología de Poetas Líricos Castellanos. Tomo VIII. Madrid: Consejo Superior de Investigaciones Científicas.

  (*) Nota del editor: Este ensayo (fragmentos, mejor dicho) fue tomado del texto de  nuestra maestra, la doctora Pilar Almoina de Carrera, titulado: DIEZ ROMANCES HISPANOS EN LA TRADICIÓN ORAL VENEZOLANA. Caracas. Edición del Instituto de Investigaciones Literarias de la Universidad Central de Venezuela.  1975.


Cultura Unellez-VIPI 28. La Infantina Encantada. Estudio y varios poemas (Pilar Almoina de Carrera)

 

El romance de la Infantina Encantada guarda espacios destacados en la poesía polar venezolana. 

Imagen en el archivo de Juan de Jesús Carrero Rivera. 


Antecedentes (fragmentos).  El hermoso y muy novelesco romance de La infantina encantada plantea, de entrada, el problema de su origen. Durán (1945) lo publica como La infanta encantada, y ve en él un mismo origen y una imitación del romance de La infantina, que comienza “De Francia partió la niña”. Wolf y Hofman (1945) lo incluyen bajo el titulo de Romance de la infantina. Y en otra variante se incluye en el Cancionero de Londres compilación entre 1471 y 1500, mezclado con las producciones del poeta gallego Juan Rodríguez del Padrón, quien fue en verdad su colector.

Para Wolf y Hofman: “La más antigua versión de este romance, muy viejo y muy popular, aunque probablemente de origen francés, es la que se ha conservado en la boca del pueblo de Portugal, y la cual lleva publicada el Sr. Almeida-Garret en su excelente Romanceiro (Lisboa, 1851, tomo II, p. 21-24)”. La versión portuguesa lleva el título de O cacador.

Como una variante de La infantina, presenta Menéndez y Pelayo (1945): El caballero burlado. Esta versión asturiana parece estar más emparentada con las portuguesas, publicadas por Almeida-Garret con el título O cacador y de A infeiticada (122). En esta última, se dan todos los detalles de las asturianas y el final parece tener relación con el romance asturiano de Don Bueso, pues el caballero y la niña se reconocen como hermanos. Sobre el romance de La infantina encantada destaca Menéndez Pidal (1953) que es uno de los pocos en que entra lo sobrenatural, con la presencia de las hadas. Acerca de su origen observa que muchos han querido verlo como un canto originado en baladas no españolas, pero que lo más probable es que se trate de un tema de origen neolatino, de donde han surgido producciones análogas en distintas naciones, entre ellas el romance español, pudiendo así suponerse que este procede del “dominio castellano”.

En Venezuela, hasta el presente, conocemos únicamente cinco versiones. De ellas, incluimos cuatro, por el interés que representan, dada su evidente escasez, no solo en el país, sino en toda Hispanoamérica. Verdaderamente curioso es que todas las variantes venezolanas provengan de una misma región: Los Llanos: dos proceden  del estado Guárico, una del estado Cojedes, y dos del estado Apure. Todas ellas muy semejantes en el nudo temático y en su desarrollo y desenlace. Observamos en los textos venezolanos, puntos coincidentes con dos romances asturianos: El caballero burlando y Don Bueso.

 Aunque en El caballero burlado no se registran los hechos característicos de que el caballero es un cazador, de que la niña es hija del rey y de la reina, y de que ha estado encantada durante siete años en el monte. Circunstancias presentes en las variantes venezolanas.  Del Don Bueso, solamente aparecen incorporados al “modelo” venezolano: el reconocimiento de los hermanos y la alusión a las culebras y a los siete años que la niña ha estado perdida; aspectos presentes en la versión asturiana que publica Menéndez Pelayo.

De acuerdo a las referencias de que disponemos, todo conduce a pensar que, además de las asturianas, en Portugal se encuentran  variantes similares a las venezolanas: se produce una contaminación de los romances ya citados, y se da el reconocimiento final de los hermanos. Ese parece ser el caso de A infeiticada reproduciendo  por Almeida- Garret en su Romanceiro. No conocemos ningún romance asturiano en que se mantenga esta línea de la anagnórisis, pero suponemos, que la vía de penetración  a Venezuela ha tenido que ser esa. Es decir que el romance portugués ha podido pasar a Asturias y de allí a Venezuela.

Tres de las versiones venezolanas incluidas las publica Rafael Olivares Figueroa, a quien debe reconocerse una meritoria labor en la difusión de los romances hispanos de Venezuela, actividad que desarrollo consecuentemente hasta llegar a ser en su momento el más importante difusor de romances entre nosotros, junto con Isaac J. Pardo.

La versión I (por Olivares Figueroa), procede de Calabozo, estado Guárico. El comienzo es evidente que pertenece a La infantina encantada: “A cazar va el caballero”. Pero de inmediato surge la influencia de El caballero burlado en la alusión a la entrada del caballero en “una horrible montaña” (versión I); “aquella montiña” (versión asturiana); en la presencia de “tres culebras”, de las cuales “una canta en la mañana / otra a las once del día / otra a las seis de la tarde” (versión I): “donde canta la culebra” (versión asturiana). En la versión venezolana, la niña  se encuentra “debajo de un árbol fino”; en la versión asturiana: “al pie de un verdoso roble”.

La niña “con peines d´ oro en la mano / con que los cabello guía”; “cada vez que los guiaba / el monte resplandecía”, en la versión asturiana; y en la venezolana: “peinándose un pelo rubio / un peine de oro tenía / entre el cabello y el peine / comparaciones no había”. (Es evidente, en este caso, la gran expresividad y sugerencia de la versión llanera)

En todas las versiones venezolanas se da la circunstancia de que el cazador va a mata a la niña, y ella ruega por su vida; no ya en el sentido de la versión asturiana afirmando su cristiandad, sino su humanidad, en el sentido de ser humano y no salvaje. En general cabe destacar que el miedo del caballero ante un hecho insólito, como es encontrar una niña en el monte, se mantiene en su sentido general, desde La infantina encantada, donde la niña le dice: “No te espantes, caballero, /ni tengas tamaña grima”.  La posibilidad electiva de la niña ante la pregunta del caballero de dónde quiere ir. “Si el anca o en la silla”, y la respuesta de ella: “en la silla es que quería”, se mantiene guardando gran semejanza con el texto asturiano.

Esta versión I, termina son el reconocimiento de los hermanos, en un final abrupto, pero más parece ser un olvido de los versos finales: ya que es curioso como en la variante II, de la misma zona llanera, aparecen versos muy similares.

         I

Salió un triste cazador

para una horrible montaña

donde había tres culebras,

una canta en la mañana,

otra a las once del día,

otras a las seis de la tarde,

después que el sol se metía.

Debajo de un árbol fino

una niña sonreía:

peinándose un pelo rubio,

un peine de oro tenía:

entre el cabello y el peine

comparaciones no había.

Hinque la rodilla en tierra

para cortarle una herida.

-No mate a la que Dios cría,

que en el monte fui nacida.

-¿Dónde quiere ir, la joven,

si en el anca o en silla?

-En l´anca no quiero ir,

en la silla es que quería.

Se fueron a buscar flores

para  un santo que tenía.

Viendo las aguas correr,

te recordé vida mía. (Informante: Margot Romaña, Calabozo, Guárico)

La versión II, mantiene todas las particularidades señaladas para la versión I, con muy pequeñas diferentes. Solamente al final, está claramente indicado el reconocimiento de los hermanos, a partir de la declaración de la niña: Mi padre era el rey de España / y mi madre Fantasía. Son los únicos rasgos que recuerdan al romance de La infantina, (“De Francia partió la niña”): Hija soy yo del buen rey / y la reina de Castilla, pero que curiosamente desaparece en los ejemplos asturianos. Se mantiene el hecho de que la niña este por siete años perdida en la montaña; pero en la versión venezolana lo sobrenatural se pierde en una explicación más simple: Siete años perdida estoy, / siete años estoy perdida. / Salí a buscar unas flores /para un santo que tenía.

          II

Salió un pobre cazador

pa´ una montaña sombría,

donde no cantaban gallos

ni las gallinas  se oían;

donde cantan tres culebras

todas tres en compañía

una canta en la mañana,

y la otra canta al medio día,

la otra a las seis de la tarde,

cuando ya el sol se metía.

Al poco de haber andado,

halló una niña “sonrida”

debajo un árbol “sombrido”,

que pelo de oro tenía;

y su pelo se peinaba

con un peine que tenia:

pa´ ese pelo y pa´ ese peine

comparaciones no había.

Hinqué  la rodilla en tierra,

para largarle una herida.

-No me mates, cazador,

no mates lo que Dios cría,

que después dirá la gente

que del monte fui nacida.

-Niña, ¿Dónde quieres ir,

en el anca o en la silla?

-En l´anca no quiero yo,

En la silla es que quería.

_Niña, ¿Quiénes son tus padres?

La niña que respondía:

-Mi padre era el rey de España

y mi madre, Fantasía.

-Por la señas que me das,

eres tú la hermana mía.

-Siete años perdida estoy,

siete años estoy perdida.

Salí a buscar unas flores

para un santo que tenía. (Colector: Olivares Figueroa.  Camaguán, estado Guárico)

La versión III, también publicada por Olivares Figueroa, procede del estado Apure. Se mantienen todos los aspectos ya destacados. Pero, el padre ahora es el rey de Francia, mientras la reina sigue conservando el extraño y sugerente nombre de Fantasía (¿solo descomposición de Constantina o algo más?).  En esta variante, aparece un rasgo que no se da en ninguna de las otras: la niña le ofrece al cazador en recompensa el matrimonio con una hermanita: una hermana que tengo,/ contigo la casaría,  y el ofrecimiento es rechazado por el cazador quien expresa su preferencia por la propia niña, para que de inmediato se produzca el reconocimiento de los hermanos.

 III

Salió un triste cazador

a una montaña “montía”,

donde no cantaban gallos,

gallinas menos se oían;

donde cantaban un león bravo:

la leona respondía:

donde cantan tres culebras,

todas tres en compañía:

una canta en la mañana,

otra canta al mediodía,

otra a las seis de la tarde,

cuando ya el sol se metía.

Debajo de un árbol grande

a la niña sonreía,

que entre la mano y el pelo

un peine de oro tenía,

Fincó la rodilla en tierra,

le puso puntería.

-No me mates, cazador,

Del monte no soy nacía:

Siete años tengo, señor,

de estar por aquí perdía,

que andaba buscando flores

para un santo que tenía.

Una hermanita que tengo,

contigo la casaría.

-Con ella no quiero yo,

sino contigo querría,

dime quiénes son tus padres,

que eso me complacería.

-Mi padre es el rey de Francia,

y mi madre Fantasía.

-Por las señas que me das,

debes ser la hermana mía.

¿Dónde quieres que te lleve,

en el anca o en la silla?

en la silla es que querría;

porque no diga la gente;

en el monte fue nacía.  (Informante: Francisca Carrizales. San Fernando de Apure)

 

La versión IV, muy poco conocida, fue recogida por Margot Benaceraf en el estado Apure. Es esta una variante muy completa y ajustada al modelo venezolano. Pero el texto se singulariza por ciertos rasgos que proceden de La infantina encantada y que no aparecen en los otros ejemplos llaneros. Así tenemos aquí: “los perros se le cansaron”, en lo que no hay mucha diferencia con “Los perros lleva cansados” de la forma más antigua, “el falcón perdido había”, se le convierte en “Burón no más lo seguía”, continuando la línea de sentido relativa a los perros. También aparece el roble al que el caballero se arrima: “arrimarse a un roble”, que en esta versión viene a ser: “se arrimó a un madero roble”, enfatizado la línea con la palabra “madero”, para destacar aun más que se trata de un árbol. De otra parte,  como ejemplo de la dinámica, del proceso dialéctico en la conservación de los esquemas tradicionales populares, cabe señalar la sustitución, en el segundo verso, del antiguo “solía”, de oscuro sentido en los niveles del pueblo, por el más claro “salía”, y por contraposición, la supervivencia, en el verso cinco, de un “lobre”, que suena a arcaísmo por lóbrega. Por último, es de señalar que en esta versión la niña pasa de los siete y llega a los ocho años “de estar por aquí perdida”, en la incorporación de un número que tampoco es extraño en sitios clave de los romances: si bien en Blancaniña la adultera es “barrida” por siete salas, en Blancaflor el comienzo de la tragedia ocurre  al “llegarse” las ocho leguas.

       IV

Salió un pobre cazador

como en un tiempo salía;

los perros se le cansaron.

Burón no más lo seguía.

Llego a una lobre montaña,

llego a una sola serranía,

donde no cantaban gallos

menos  gallina se oían;

donde cantaban león bravo,

leona le respondía.

Cantaban las tres culebras

todas tres en compañía,

una cantaba a las seis,

la otra al mediodía

y la última venía a cantar

después que el sol se metía.

Se arrimó a un madero roble

a ver si le amanecía.

En las copitas arribas

Estaba una niña subía,

peinándose el pelo rubio

un peine de oro tenia;

ni en el pelo ni el peine

diferencia no tenía;

Hinco la rodilla en tierra

y le cogió puntería.

-No me mates, cazador,

no mates lo que Dios cría;

siete años y medio tengo

de estar por aquí perdida;

contemplando los ocho

me voy en su compañía.

Le dijo la niña al cazador.

-Por las señas que me das,

eres una hermana mía

que se le perdió a mi padres

haciendo una romería,

cogiendo lirios y rosas

para un cristal que tenía.

Aquí terminan los versos

de la niña perdida.  (Informante: Anacleto Araujo. Guasdualito, estado  Apure. Colector Margot Benacerraf)

En todas las versiones venezolanas se mantiene el clásico asonante ía, que se pierde pocas veces. A la necesidad de conservación de la asonancia se debe que en ocasiones el verso se sienta forzado, con algunas palabras que suenan a arcaísmos deformados, como monta (versión III): sonreía (versión II): sombrido (versión II); pero que a la postre afirman el sabor de la poesía.

 

Bibliografía citada:

Bayo, C. (1913) Romancerillo del Plata. Madrid: Librería General de Victoriano Suárez.

Durán, A. (1945). Romancero general. Madrid: Biblioteca de Autores Españoles.

Menéndez  y Pelayo, M. (1945). Antología de Poetas Líricos Castellanos. Tomo IX. Madrid: Consejo Superior de Investigaciones Científicas.

Menéndez Pidal, R. (1953). Romancero Hispánico. Madrid: Espasa-Calpe.

Moya, I. (1941). Romancero. Buenos Aires: Universidad de Buenos Aires.

Olivares Figueroa, R. (1948). Folklore venezolano. Tomo. I. Caracas: Ministerio de Educación.

Pardo, I. J. (1955). Viejos romances españoles en la tradición popular venezolana. Caracas: Archivos Venezolanos del Folclore.  Universidad Central de Venezuela.

Wolf, F.  y Hofman, C. (1945) Primavera y flor de romances. Antología de Poetas Líricos Castellanos. Tomo VIII. Madrid: Consejo Superior de Investigaciones Científicas.

 

(*) Nota del editor: Este ensayo (fragmentos, mejor dicho) fue tomado del texto  de nuestra maestra, la doctora Pilar Almoina de Carrera, titulado: DIEZ ROMANCES HISPANOS EN LA TRADICIÓN ORAL VENEZOLANA. Caracas. Edición del Instituto de Investigaciones Literarias de la Universidad Central de Venezuela.  1975.