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jueves, 8 de octubre de 2020

Cultura Unellez-VIPI 34. El origen de la música. Aquiles Nazoa

 

Imagen en el archivo de Beto Mirabal




Nota: el presente texto está conformado por fragmentos del ensayo “LA VIDA DE LA MÚSICA  Y SUS INSTRUMENTOS” de Aquiles Nazoa, publicado en su antología “Las cosas más sencillas”,  Caracas, 1972. Esperamos sea de su interés.

Gracias por su visita.

Isaías Medina López

Coordinador.

 

¿Por qué hace música el hombre? ¿Qué necesidades o qué emociones lo impulsaron a manifestarse en la expresión musical? ¿De qué parte o de cuál mecanismo de su ser  le sale al hombre la música?

La música, en sus orígenes, se asocia a la necesidad de comunicación entre los hombres, y en tal sentido es seguramente anterior a la palabra. Para avisarse de los peligros, para llamar a su hembra, para convocar a los iguales en las tareas que exigían la concurrencia colectiva, el hombre primitivo disponía del ululato, del grito salvaje al que a la vez para diferenciarlo del de los otros animales, y para imprimirle una significación en  cada caso, debía imponerle una entonación, una modulación y una medida: así nació la música. Todavía en muchas regiones selváticas de América y África, en las regiones montañosas de los Estados Unidos y en  el Tirol especialmente, se oyen ondulando por las distancias, esas ululaciones que han traído hasta nuestro tiempo las formas elementales del canto. Sirvió también la voz humana, entonada y modulada, como coadyuvante en las tareas de la caza, en función de imitar el reclamo de los animales para atraerlos al cazador; y no sólo para seducirlos por imitación, sino para amansarlos y cautivarlos por el poder sugestivo de la cadencia melódica, como lo siguen haciendo los vaqueros con sus manadas de reses o en el ordeño, o como lo hace en el folklore cinegético de Venezuela ese personaje mágico que es el silbador de iguanas, docto en traer vivo hasta sus manos al reptil, previo un larguísimo rato, silbándole monótonamente al pie del árbol.

Inventó pues el hombre la música como medio de comunicación y de trabajo, y al propio tiempo se descubrió a sí mismo como el primero de sus instrumentos musicales. Las manos ahuecadas alrededor de la boca, proyectaron su voz; entrechocadas en el palmoteo, le proporcionaron el primer instrumento acompañante. Asociadas la voz y las manos al ritmo natural de la marcha, nació la danza, forma visible de la música. En el rumor del viento recogido en las playas por los caracoles vacíos, descubrieron los habitantes de los litorales el más antiguo de los instrumentos de aliento. Simultáneamente hicieron el mismo descubrimiento en el cuerno de algún animal muerto, los que vivían en las regiones mediterráneas. (Aún quedan entre los descendientes de la raza guaiquerí, en el oriente venezolano, marineros y pescadores que son verdaderos virtuosos del caracol llamado guarura; todavía se ven por nuestros campos cazadores que usan el cuerpo para orientar a sus jaurías). Trasladado el principio de los caracoles y de los cuernos a los bambúes, a los carrizos, a las delgadas cañas cuyo corazón se pudría a la orilla de los ríos, origináronse los pitos y las flautas. De las calabazas caídas que se secaban al sol con las semillas adentro, nació la idea de las sonajeras y maracas. El entrechocar rítmico de dos palitos bien duros, cortos, regordetes y cilíndricos, define ese remotísimo antecedente de las castañuelas que es clave, ese instrumento de dos miembros tan característico hoy de la música afroantillana, y cuyo sonido tipificó la metáfora inmortal de García Lorca como “gota de madera”. Fácil es adivinar cómo nacieron los tambores, antiguos como la antigüedad de la música misma, el más simple, acaso, de los instrumentos musicales, pero el único que exterioriza, de una manera directa, todas aquellas fuerzas interiores que el hombre siente exaltadas cuando está en disposición de crear, o sea el ritmo de su sangre, los latidos de su pulso, la respiración de sus pulmones y el batir de su corazón.

El hombre comienza a ser artista en el momento en que deja de ver el mundo como un motivo de lucha animal, como guarida o como madriguera de su hambre y de su urgencia sexual, para empezar a sentirlo como un misterio. En el avance severo de la noche al fin de cada día, lo abate la incertidumbre; en cada amanecer lo ilumina una nueva esperanza; con el paso de las estaciones contrae el sentido del tiempo, y con él la angustia ante la certeza de que va a morir. Siente en las desoladas noches repercutir los latidos de su corazón en el lejano palpitar de los astros; siente, frente a las infinitas lejanías marinas, un ansia inefable de liberarse a esa distancia misteriosa. De esas emociones surgen en los tiempos primitivos los graves y melancólicos cantos en el atardecer, coros gimientes, elegíacos y solemnes, en cuya evocación inspira Wagner los cósmicos acentos de su canción a la Estrella de la Tarde.

No se sabe en qué período de su historia comenzó a cantar el hombre, pero sin duda debió ser cuando sus necesidades elementales se sublimaron en emociones, cuando sus emociones cobraron los nombres de alegría, de llanto, de ternura, de muda contemplación de su destino.

Servíanle al hombre primitivo sus instrumentos rudimentarios para satisfacer elementales necesidades de comunicación y movimiento, mas no para expresar lo profundo de su sentimentalidad, ni su inteligencia realzada por la conquista de la palabra, ni su sensibilidad afinada por la vecindad de las flores, de los pájaros, del agua. Así pues multiplicó el hombre las posibilidades sonoras de la flauta; juntando varias entre sí de mayor a menor como los dedos de una mana, quedó inventada la zampoña. Intuitivamente dejaba establecido con la invención de este nuevo instrumento, uno de los principios capitales de la música, a saber, que con las longitudes varían los sonidos. Es la zampoña uno de los instrumentos de más rancia tradición en la historia de la música. La mitología griega le atribuye su invención al dios Pan, deidad representativa de la naturaleza, mitad hombre y mitad macho cabrío, que recorría los campos acompañando con su instrumento las danzas de las ninfas. Por eso llámase también la zampoña flauta de Pan. Hoy sigue siendo el instrumento nacional de los pueblos altiplánicos, Bolivia y el Perú, y de ella se originó, en Europa, el majestuoso instrumento en que esplendió la figura de Juan Sebastián Bach: el órgano.


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