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lunes, 1 de junio de 2020

Cultura Unellez-VIPI 14. "Las Siete Palabras", poema de Mauricio Pérez Lazo (historia y poesía)


Jesús de Nazaret, historia, drama y Poesía. 
Detalle de una obra de Amilcar Alejo




La historia de los pueblos, no solo se compone de batallas, fundaciones, labores e industrias, tiene en las múltiples manifestaciones del arte significativos componentes, como acontece, en la poesía del estado Cojedes, con el poema “Las siete palabras”, de Mauricio Pérez Lazo (Tinaco, 1842 - San Carlos, 1937), texto altamente valorado por la crítica especializada sobre la literatura regional.

De hecho, Mauricio Pérez Lazo, encarna una figura histórica gracias a las virtudes de su poesía, divulgada en diferentes diarios y revistas de Venezuela,  hasta abarcar una de las publicaciones periódicas clave de la literatura nacional: “El Cojo Ilustrado” (1892 - 1915). Este poeta es, además,  el autor de la letra del Himno del estado Cojedes (1910), emotivo canto que hace vibrar el corazón de los cojedeños, donde quiera que se encuentren,  desde hace más de cien años.
 
El poeta e historiador Héctor Pedréañez Trejo, en 1976, apunta, al comentar la biografía de Pérez Lazo: “Entre sus poemas más destacados se hallan algunos sonetos y la oda titulada Las siete palabras…reeditada una multitud de veces por su alto contenido religioso. Este poema aparece en su libro Crepúsculos, publicado en 1895”.  Históricamente, la aludida pieza, en verdad, gozó de gran alcance, pero,  su última difusión completa  se logra en 1980, al ser editado por la extinta Sociedad de Amigos de Cojedes, de la referida publicación se transcriben los versos que aquí colocamos, con la esperanza de dar continuidad a su legado poético.  

La “oda”, variante poética en la cual se  ubica a "Las siete palabras", es una de las composiciones de mayor antigüedad  de la literatura (unos 25 siglos atrás),  y proviene de la vieja Grecia, bajo la acepción de “canto”.  Entre sus cultivadores se cuentan  a Píndaro, Horacio, Calderón de la Barca y Pablo Neruda, entre otros célebres creadores. La oda toca temas  religiosos, heroicos, amorosos o filosóficos, y expone las  distintas reflexiones de su autor.

La oda “Las siete palabras”, alude a las famosas locuciones pronunciadas por Jesús de Nazaret en su crucifixión,  pero, en este poema, Pérez Lazo, nos lleva a un recorrido de considerable amplitud, hasta el borde mismo de lo teatral: comienza con la oscura última noche de Cristo en el Huerto de los Olivos, luego se pasea por las acciones de Judas, Luzbel, Pedro, prosigue con el padecimiento en la cruz, el diálogo con los ladrones, la dinámica de los soldados romanos y la muerte. Desarrolla, también, una indagación psicológica del sentir del Redentor en el drama de  su agonía final, distribuida en los 186 versos del poema, quizá el más extenso de la literatura cojedeña. 

La primera compilación y glosa de las siete palabras de Cristo en la cruz, se atribuyen al monje Arnaud de Bonneval (1156) en el siglo XII y su primer tratado escrito pertenece a Roberto Berlarmino (1542-1621), texto que impulsa, notoriamente,  su práctica. En las creencias populares, este ejercicio de oratoria, del Viernes Santo, recibe el título de la “Protección de las siete palabras”. 

Las siete palabras, por su tema y relato, muestran una complejidad intrínseca, que será llevada, igualmente, a su composición, pues, se trata de un poema con varias formas estróficas (heteroestrófico) y versos de distintos metros (polimetría). Pedreánez Trejo, acota que "usa el serventesio, en la primera parte, la lira: segunda parte y ocho tipo de estancias aliradas que van desde la de ocho versos hasta la de catorce". Pese a  tal complejidad, conviene entender, que para las personas de su época, significó, tanto consuelo espiritual como registro poético de uno de los momentos decisivos de toda la humanidad.
 
Gracias por su visita.
Isaías Medina López


LAS SIETE PALABRAS
                                            A mi querida madre, señora:
                                                 Dolores Lazo de Pérez


Noche aciaga, sombría, cubre el orbe.
Sordo retumba en el espacio el trueno,
Pesadas gotas que la tierra absorbe
Lanzan las nubes del obscuro seno.

A trechos el relámpago ilumina
Bosques y ciudad y alcores y desierto,
Mientras un grupo de hombres se encamina
A la vecina soledad de un huerto.

De súbito se paran y platican;
Y de cuatro que son, tres en postura
Humilde, a los mandatos no replican
Del que se interna en la alameda obscura

Allí los tres sentados en la alfombra
De césped y de musgo, triste el ceño,
Silenciosos y ocultos en la sombra,
Los sobrecoge a su pesar el sueño.

En tanto el Salvador, triste, de hinojos,
Al Padre celestial suplica y ora,
Miran al cielo sus cansados ojos,
Gime, padece, se resigna y llora.

Inmenso es su dolor, tanta su angustia,
Que desfallece y su valor se agota,
Y corre por su faz doliente y mustia
Rojo sudor que de la frente brota.

Y allí ¡oh prodigio! de su sangre pura
Las tibias gotas que la brisa orea,
En púrpura transforman la blancura
De las flores del trébol de Judea.

Al Padre ruega y le abandona el Padre;
Satán le acosa y sin piedad le tienta;
No hay blasfemia que su alma no taladre;
Mas sufre humilde en su aflicción la afrenta.

Y al gemido jadeante de su seno,
Y a los acentos de Luzbel, altivos,
Responde sólo en el espacio el trueno
Y el suspirar del viento en los olivos.

Mas de Getsemaní la selva obscura,
Oye que cruzan el ambiente frío
Estas palabras que Jesús murmura;
Cúmplase, pues, tu voluntad, Dios mío.

II

Por la ciudad se agita
Grupo marcial de continente duro:
El paso precipita;
Y traspasando el muro
Al frente se halla del desierto obscuro.

Uno grita adelante; adelante;
La abrupta senda a los esbirros muestra
Con gesto horripilante,
Cruel ansiedad demuestra
Aún más que su actitud su faz siniestra.

Revelan su mirada,
Su roja barba y cabellera hirsuta,
Un alma depravada;
Y va, mientras disputa,
Corriendo casi por la sesga ruta.

Es Judas Iscariote,
El discípulo infiel de infausto sino,
A quien tocara en lote,
Por saña del destino,
Vender, infame, al Redentor divino.

Apenas se divisa
Jerusalén, y del Cedrón el lecho
La airada turba pisa;
Ya pasan… y en acecho
El aliento comprimen dentro el pecho.

Está menos obscura
La tierra que el nublado firmamento…
Siente el alma pavura…
Y el búho grazna hambriento
En el aire con tétrico lamento.

Ya llegan… el asilo
Del justo por doquier los brinda acceso;
Jesús ora tranquilo;
Y el discípulo avieso
Vende al Maestro con mentido beso.

Beso cruel y maldito
Que en los abismos de Luzbel retumba
Como un eco infinito;
Eco que oirá la tumba
De todo aquel que a la traición sucumba.

Eco que en ansia muda
Oye el traidor; que el alma le intimida
Presa de inmensa duda;
Que le grita: ¡deicida!...
Que le arroja a la muerte del suicida…

En horrido tumulto
Recibe al Nazareno un pueblo ingrato;
Y atado, entre el insulto,
La veja, el desacato,
Camina hasta el pretorio de Pilato.

Allí Pedro le niega,
El pecho de terror sobrecogido;
Y es por la turba ciega
Barrabás preferido,
Jesús abofeteado y escupido.

Le azotan con fiereza;
Con diadema de abrojo ensangrentado
Circuyen su cabeza;
Y el Cristo resignado
A morir en la cruz es condenado.

III

Sobre el hombro el madero del suplicio
Trepa el Mártir el Gólgota pendiente;
Tres veces falleciente
Al peso de la cruz del sacrificio
Toca la tierra su marchita frente…
Ya en la cumbre del monte,
De su túnica santa despejado.
Fue con saña fierísima enclavado;
Y a la cárdena luz del horizonte,
Sobre aquel leño aspérrimo tendido,
Fue en medio a dos ladrones colocando,
Y entre el cielo y la tierra suspendido.
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Le insultan los soldados,
Y se juegan la túnica inconsútil
Al tumbo de los datos;
Con tono fiero y además altivo
El manto se disputan y deshacen;
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Él los ve compasivo,
Y profiere; Perdónalos, oh Padre,
Que ignoran lo que hacen,
Con voz tan impregnada de dulzura
Cuanto es de acerba en su alma la amargura.
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La madre desolada allí agoniza,
Juan solloza y padece,
Pardo nublo la atmósfera obscurece,
Y entre nubes de cálida ceniza
El relámpago crece…
El Salvador la humanidad perdona;
Aunque el dolor su corazón taladre,
Su amor  al hombre abona;
Y dióle a Dios por padre
Y en herencia los cielos cuando dijo:
María, ese es tu hijo,
Y al discípulo amado: Esa es tu madre.
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Al buen ladrón que a su derecha implora
La virtud de su fe premiarle quiso,
Y, Hoy conmigo serás, mientras que llora
Oye Dimas, allá en el paraíso,
Vibró en los aires el acento tierno,
Gimió Satán, se estremeció el infierno;
Y desde aquella hora,
Nos refrenda la fe dulce promesa
De otro mundo mejor tras de la huesa.
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El trueno ruge airado
En la comba sin luz del firmamento
En tanto que el Señor grita angustiado:
¿Por qué Dios mío, Dios mío,
Tú me has desamparado?
Y se pierde su acento acongojado
En la tétrica sombra del vacío.
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A su alma acerada no hay consuelo;
No hay tregua a sus dolores,
La sudorosa faz inclina al suelo
Demandada, tristísima, doliente,
Y murmura, Sed tenga, el que entre flores
Hizo correr la cristalina fuente;
Mas por mengua y agravio,
Con vinagre y con hiel mojan su labio.
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Oculta el sol su desmayada lumbre;
Rojizas las estrellas,
Cruzar se ven la sideral techumbre;
Al fuego y estridor de las centellas
Desalojan las fieras su guarida;
Vuela azorada el ave,
Dejando atrás perdida
Cuitada  prole, el nido abandonado;
Cuando pronuncia con acento grave
El autor de los mundos,
Todo está consumado;
Y ruedan de sus ojos moribundos
Dos amorosas lágrimas, vertidas
Para lavar la mancha del pecado.
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Treme la tierra con fragor horrendo;
Ábrese en grieta el temblante muro;
Y van los muertos con pavor saliendo
Del antro de sus tumbas frío y obscuro…
Exclama el Salvador: Padre en tus manos
Mi espíritu encomiendo…
Cúbrese el orbe de funérea gasa:
Con su lanza Longinos
El costado a Jesús fiero traspasa;
Sangre y agua en arroyos purpurinos
Vierte la herida cárdena, humeante,
Y sella de su amor en lo profundo,
Con la postrera gota vacilante,
El hombre Dios la redención del mundo.

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