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jueves, 13 de agosto de 2020

Cultura Unellez VIPI 29. Las señas del marido. Estudio y varios poemas. Pilar Almoina de Carrera

 

Por muchos años, la casada, aguardó el retorno de su marido. 

Imagen en el archivo de Fernando Parra.

Antecedentes (fragmentos).  Este romance es uno de los más conocidos y abundantes en la tradición popular hispana. Menéndez Pidal (1953), destaca que este romance proviene de una canción francesa documentada ya en el siglo XV y al  que califica de “romance-cuento”: “…en 1605 se publica el último pliego suelto, en el cual se incluye un nuevo romance-cuento, Caballero de lejas tierras. Todos estos hechos nos dicen que hacia 1600 ha empezado una nueva época para la tradición oral, la época moderna en la que el romance novelesco de asunto completo es lo estimado corrientemente, una vez olvidado el gusto fragmetarista” (p. 160). Así, para Menéndez Pidal es “el primer romance de la tradición oral moderna”. (p. 194)

Wolf y Hofman ofrecen dos versiones del mismo asunto (1945): la publicada por Timoneda y la de Juan de Ribera, de 1605, Caballero de lejas tierras. Esta última, será la versión que dará origen a la tradición popular oral de más arraigo en España y América. Aun cuando se presentan variantes, que Menéndez Pidal explica por la fuente francesa: “Entre las muchas versiones de Las señas del marido se destaca una francesa, documentada ya en el siglo XV (mientras la española se publicó por primera vez en 1605), la cual esta asonantada monorrima en é, lo mismo que el romance, y en ella, supuesta la fluida variabilidad de la poesía tradicional, hallamos explicada una variante en que algunas versiones modernas española difieren de la publicada en 1605 y de otras de las actuales.” (p. 318-319)

El romance de Las señas del marido se recoge en Venezuela en amplia proporción. Casi todos los investigadores del folklore venezolano lo han recolectado, y a veces a partir de un surgimiento espontaneo, sin proponérselo propiamente.

La primera versión inédita incluida la colectamos, junto con otros investigadores, entre los cantos de la Parranda de San Pedro, en Guarenas, Estado Miranda. En esta variante, lo mismo que en todas las venezolanas hasta ahora recogidas, la esposa envía recuerdos  al esposo que está lejos, aprovechando la buena disposición expresa de un incognito viajero, que en este caso parte hacia Francia. Se utiliza en el texto la palabra memoria, en lugar de los saludos o la carta que generalmente aparece en otras versiones hispanoamericanas y venezolanas. Se mantiene el arcaísmo muerto es con relación al cual Menéndez Pidal destaca que se conserva en América en mayor número de versiones que en España (p. 353). Curiosamente, en este caso el supuesto matador del marido es el mismo francés de quien se dice que le regalo el caballo. De otra parte, es de notar la intensidad dramática y narrativa de esta variante, que elimina todos los elementos accesorios, manteniendo los indispensables del romance. Se advierte, por último, la conservación del tradicional asonante é.

                I

 Señora, me voy pa Francia;

señora ¿qué manda usted?

Mi marío que está allá,

memoria me le da usted.

No conozco su marío,

ni lo quiero conocer.

-Es un mocito bajito,

Sombrerito a lo holandés,

anda en un caballo rucio

que le regaló el francés.

-Ese señor que usted dice

siete años de muerto es,

en una mesa de juego

lo mató  el mismo francés.

-Siete años he esperado,

siete  años esperaré;

y si acaso no viniera,

a monja me meteré.

Y seis hijas que tengo

muy bien las repartiré.

Una dejo en el convento

para recuerdo de él.

-¡Vaya una mujer tan firme,

vaya una mujer tan fiel!

Esas son mis seis hijas

y mi querida mujer. (Informante: Justo Tovar. Colectores: Pilar Almoina de Carrera, Gustavo Luis Carrera y Abilio Reyes.  Guarenas, estado Miranda)

 

La versión II, inédita, me fue proporcionada por el profesor Efraín Subero, recogida en la Isla de Margarita. Aquí, el lugar de destino no es Francia, sino España; circunstancia al parecer poco común. También se observa el uso del término de memorias en el sentido de saludos; y por contrapartida, la pérdida del arcaísmo muerto es y su sustitución por la forma: “por muerto lo deje ayer”. Un aspecto a destacar en esta versión es la parte en que el marido trata de despertar los celos de la esposa: Doce galanes lloraban / y las mujeres también, / la más  que lo lloraba / la hija del rey francés.

Este fragmento también lo hemos encontrado, en forma equivalente, en otra variante venezolana, publicada por Enrique Planchart (1921) y recogida en el estado Miranda:   Mucho lo sintió la reina, / y mucho lo sintió el rey, /y mucho más lo ha sentido / la hija del genovés. Estos versos, que corresponden a la versión del siglo XVII de Juan de Ribera, se han perdido en la tradición española, y en la americana solo conozco estos dos ejemplos. El mismo Menéndez Pidal dice que solo sabe de una versión de las Canarias en que se conserven: “las versiones peninsulares y americanas sustituyen esa provocación a los celos por un mal encargo del presunto muerto: en el testamento deja/que me case con usted” (p. 356). Este pasaje con el encargo del marido solo aparece en dos versiones venezolanas, una de Cazorla, estado Guárico, y otra del estado Zulia.

Como cosa curiosa, en este texto se eliminan las señas que la esposa da del marido. De otra parte cabe subrayar la introducción de un claro elemento regional en los nombres de aquellas a quienes la esposa  piensa dar a sus hijas: Una le daré a Ña Ana / y otra a Ña Juana Isabel. Al final del romance aparece el nombre de la esposa, que aquí es de doña Ana, a diferencia del más frecuente de Catalina. Por último, sobresale el vínculo de antigüedad al mantenerse a todo lo largo el característico asonante é.

              II

Mañana voy para España

 

-Mañana voy para España,

¿qué manda a decir usted?

Memorias a mi marido,

Memorias si usté lo ve,

-No conozco a su marido,

Ni lo quiero conocer.

En una mesa de juego

por muerto lo dejé ayer.

Doce galanes lloraban

y las mujeres también,

la más que lo lloraba

la hija del rey francés.

-Doce años lo he esperado

y doce lo esperaré.

y si a los siete no llega

a monja me meteré.

Tres hijitas me dejó

luego las repartiré:

una le daré a Ña Ana

y otra a Ña Juana Isabel,

la más chiquita me queda

por ser parecida a él.

Voy a comprarle un rosario

para que ruegue por él.

Doña Ana oyendo esto

Muerta se quedó a sus pies.

-Yo soy tu propio marido

y tu mi propia mujer. (Informante: José Elías Villarroel. Las Piedras de Juan Griego, Isla de Margarita).

 

La versión III fue publicada por Rafael Olivares Figueroa procede del estado Guárico. Aquí como en todas las variantes venezolanas, la mujer encarga saludos al esposo, quien se ha criollizado hasta el punto de que es un zambito, hecho muy significativo con relación a los procesos de adaptación y “naturalización” característicos de la transculturación a nivel de la tradición popular.

Se conserva el arcaísmo de muerto es: mientras la nacionalidad del fingido matador del esposo cambia  por completo: ahora es un inglés, caso singular dentro de las versiones que conocemos. El nombre de la esposa es Mariquita, introduciéndose un elemento de vivo sabor criollo en el epíteto que le caracteriza: la flor del araguaney, el árbol nacional de Venezuela: ¡Mariquita, Mariquita,/ linda flor de araguaney!  Permanece el asonante é, que solo aparentemente se pierde al comienzo, ya que es evidente la falta del verso cuarto.

      III

-Señora, me voy Francia,

Dígame qué manda usted.

-Señor, yo no mando nada.

………………………….

Una carta a mi marido

que por allá debe ver.

-No conozco a su marido,

ni pretendo conocer.

Si quiere que lo conozca,

deme una señita de él.

-Mi marido es un zambito,

en el hablar muy cortés:

anda en un caballo rucio

que le regalo un francés.

-Por las señas que me da,

su marido muerto es.

Que lo mataron jugando

en la casa de un inglés.

-Siete años ha que lo espero,

y siete lo esperaré.

Si en otros siete no viene,

a monja me meteré.

Tres hijitas que de él tengo,

esas las repartiré:

una la daré a doña Ana

y la otra a doña Merced;

la mas chiquita la dejo

para recordarme de él.

-Búsqueme sus tres hijitas

que las quiero conocer.

¡Mariquita, Mariquita,

linda flor de araguaney,

estas  son mis tres hijitas,

tú mi querida mujer!

Allí se echaron los brazos,

Y volvieron a querer. (Informante: Benito Gutiérrez Carchidio. Altagracia de Orituco, estado Guárico).

 

El texto IV, publicado por Francisco Monroy Pittaluga, procede de la zona de los Llanos, al igual que el anterior. Entre las señas que la esposa da del ausente esta de llevar en el puño de la espada las armas del rey, aspecto que no aparece en ninguna de las variantes venezolanas que conocemos. También la esposa envía memoria, reafirmando un rasgo que puede conceptuarse como una costumbre. El fingido matador del esposo es aquí genovés; y es esta una de las versiones venezolanas donde aparece que el encargo del marido para la esposa es volverse a casar: y por herencia dejó / que me case con usted.

Al final, a semejanza de la otra versión llanera, se destaca el claro elemento criollo en la invocación a dos pájaros de los más característicos y hermosos de Venezuela, uno de ellos, el turpial, destacado con el símbolo de pájaro nacional: ¡Turpial de serranía,/ sabanero Cristofué, / abre los brazos, esposa, /que tu marido aquí ves! Por último, la conversación de la más firme tradición al mantener el asonante é.

 

      IV

-Señora, me voy  a Francia.

¿Qué manda a decir usted?

-Memorias a mi marido,

si lo llega a conocer.

-Señora, no lo conozco;

deme una seña cuál es.

-mi marido es mozo y blanco,

en el hablar muy cortés;

en el puño de su espada

lleva las armas del rey;

anda en un caballo rucio

y se viste a lo francés.

-Por las señas que me da,

por el dolor pasaré

de contarle que su esposo,

sin que se sepa por qué,

en una mesa de juego

le dio muerte un genovés

y por herencia dejó

que me case con usted.

-Caballero, eso no lo hago:

Siempre a mi esposo amaré;

hace seis años lo aguardo

y seis más lo aguardaré

y si todavía no llega

sola yo me quedaré;

las dos hijitas mayores

al convento meteré:

la más chiquita la dejo

por ser retrato fiel.

¡Turupial de serranía,

sabanero Cristofué,

abre los brazos, esposa,

que tu marido aquí ves! 

 

El último de los textos que incluimos, el V, publicado por Olivares Figueroa, procede de Maracaibo, estado Zulia. De allí que el fingido viajero que parte para Francia y se ofrece a la esposa, use la forma regional zuliana “querés”, ello como una nueva muestra de la fuerza del natural proceso de adaptación al medio, que es capaz de valer aun frente a la obligante tradición y el rigor conservacionista que caracterizan la permanencia del romance. Así mismo, es de observar en la esposa el raro nombre Arcalina.

De otra parte, reaparece el arcaísmo muerto es: mientras el fingido matador se identifica con un nombre: Lucas Francés, quizás vinculado con la forma presente en la versión venezolana I: “lo mató el mismo francés”. Esta variante zuliana es la segunda venezolana en que el testamento del marido ordena que la esposa se case con el viajero: y en el testamento manda / que me case con usted.  También es de observarse que en ella se mantiene a todo lo largo el característico asonante é. 

       V

Arcalina, Arcalina:

cara de rosa y clavel,

mañana parto pa Francia,

dime, mujer que querés.

-Si vieras a mi marido,

mil saludos me dés.

-No conozco a su marido:

Dígame las señas dél.

-Mi marido es chiquitico,

Bien vestido a lo francés

anda en un caballo pardo;

elegante y muy cortés.

Arcalina, Arcalina,

cara de rosa y clavel,

por las señas que me has dado,

tu marido muerto es:

en una casa de juego

lo mató Lucas Francés

y en el testamento manda

que me case con usted.

-Tres años lo he esperado,

tres años lo esperaré:

si a los tres años no viene,

a monja me meteré.

Las tres hijas que del tengo,

esas las repartiré:

una le daré a Doñana

y la otra a Doña Isabel;

la más pequeña, la dejo

para recordarme dél.

-¡Calla, calla, mi Arcalina,

Cara de rosa y clavel,

Todas tres son mis hijitas,

Y tú mi honrada mujer!   (Colector Olivares Figueroa. Maracaibo, estado Zulia)

 

 

Bibliografía citada:

Cadilla de Martínez, M. (1933). La poesía popular en Puerto Rico. Madrid: Universidad de Madrid.

Menéndez Pidal, R. (1953). Romancero Hispánico. Madrid: Espasa-Calpe.

Monroy Pittaluga, F. (1952). Cuentos y romances tradicionales en Cazorla (Llanos del Guárico. Caracas: Archivos Venezolanos del Folclore.  Universidad Central de Venezuela.

Olivares Figueroa, R. (1948). Folklore venezolano. Tomo. I. Caracas: Ministerio de Educación.

Pardo, I. J. (1955). Viejos romances españoles en la tradición popular venezolana. Caracas: Archivos Venezolanos del Folclore.  Universidad Central de Venezuela.

Planchart, E. (Agosto-1921) “Observaciones sobre el cancionero venezolano”.  Cultura venezolana. Nº 28. Caracas.

Vicuña Cifuentes, J. (1912). Romances populares y vulgares. Santiago de Chile: Biblioteca de Escritores de Chile.

Wolf, F.,   y Hofman, C. (1945) Primavera y flor de romances. Antología de Poetas Líricos Castellanos. Tomo VIII. Madrid: Consejo Superior de Investigaciones Científicas.

  (*) Nota del editor: Este ensayo (fragmentos, mejor dicho) fue tomado del texto de  nuestra maestra, la doctora Pilar Almoina de Carrera, titulado: DIEZ ROMANCES HISPANOS EN LA TRADICIÓN ORAL VENEZOLANA. Caracas. Edición del Instituto de Investigaciones Literarias de la Universidad Central de Venezuela.  1975.


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