“El día 8 de mayo de (1595) llegaron a
Martinica el capitán Amyas Preston en la ‘Ascensión’, en compañía de la ‘Gift’,
capitán George Sommers, y una pinaza, y tres buques de Hampton, uno mandado por
el capitán Wallace y el ‘Darling’ y ‘Angel’, mandados por los capitanes Jones y
Prowse. A su salida de Martinica el capitán Preston destruyó la principal
población en Puerto Santo y varias aldeas, como castigo de la crueldad y traición con que
habían tratado al capitán Harvey y a su gente. Después de descansar las
tripulaciones en Dominica, se hicieron a la vela el 14, pasaron frente a
Granada, tocaron en Los Testigos, y fondearon a alguna distancia de la Tierra
firme española. El 19 en la noche, enviaron los botes a la isla de Coche, donde
capturaron algunos españoles con sus esclavos y pocas perlas. Allí
permanecieron hasta el 21 en que siguieron rumbo hacia las costas de Cumaná
donde tropezaron con dos botes volantes de Middlebourgh, que había prevenido de
la aproximación de la escuadra a los españoles.
Estos enviaron a Cumaná un parlamentario con
bandera blanca, para decirles que habían trasladado todas sus riquezas a los
montes, y que los ingleses podían destruir la ciudad si querían, sin que los
habitantes les hiciesen ninguna oposición; pero que si optaban por no
desembarcar ni quemar la ciudad, les darían un rescate razonable y les
proveerían de cuanto necesitasen. El capitán Preston convino en ello y después
de recibir el rescate el 23 de mayo, se hizo a la vela para Caracas, en cuyas
costas desembarcó sin ninguna oposición, cerca de una legua de distancia, al
Oeste de la ciudad, tomando posesión de la fortaleza. Entonces subió la montaña
con gran trabajo, teniendo que abrirse camino con sus cuchillos, en muchos
lugares.
Por la noche, hicieron alto cerca de una
aguada y a las 12 del día siguiente, 29 de mayo, llegaron a la cumbre del
cerro.
“Habiéndose desmayado algunos hombres en el
camino quiso el capitán Preston detenerse, para dejar que se repusiera su
gente; pero la niebla acompañada de lluvia le obligó a bajar hacia la población
de Santiago de León, la cual ocuparon a las tres de la tarde, después de un
pequeño tiroteo. En Santiago de León estuvieron hasta el 3 de junio; pero no
pudiendo acordarse con los españoles en el rescate, quemaron la población y las
aldeas vecinas y retirándose por el camino real, llegaron a sus buques en la mañana
del 4, habiendo pasado cerca de una fortaleza del camino, que les hubiera
impedido la subida si hubieran intentado hacerla por este lado.
“El capitán Preston preguntó a un español que
vino a tratar con él, en León, sobre las condiciones del rescate ¿cómo era que
sus compatriotas dejaban una población tan bella sin rodearla de una fuerte
muralla?, a lo que contestó el español, que ellos creían que su ciudad estaba
guardada por murallas más fuertes que cualesquiera otras del mundo, aludiendo a
las altas montañas.
“El día 5 el capitán Preston se dio a la vela
siguiendo el rumbo de las costas de Coro, en las cuales incendió algunas chozas
y tres buques españoles y el 9 desembarcó a dos leguas al Este de Coro, donde
murió el capitán Prowse. El 10 entró la flota en la bahía y desembarcando de noche
los hombres, marcharon éstos sobre la ciudad. El 11 tomaron por asalto una
barricada y al siguiente día entraron en la ciudad; pero no encontrando qué
saquear, la quemaron y regresaron a sus bajeles. El 16 se dirigieron a La
Española y fondearon el 21 bajo el cabo Tiburón, donde tomaron agua. Para esta
fecha habían sucumbido, víctimas de la disentería, 80 hombres y otros más estaban
enfermos. El 28 dejaron la isla y el 2 de julio arribaron a Jamaica: antes de
la llegada a esta isla se habían separado del convoy los tres buques de Hampton
y el ‘Darling’ del capitán Jones. El 6 pasaron por los Caimanes; el 12 por Cabo
Corrientes, donde tomaron agua; dieron en seguida vuelta al Cabo Antonio y el
13 tropezaron con sir Walter Raleigh de regreso de su expedición a la Guayana,
en cuya compañía estuvieron hasta el 20 en que siguieron al banco Terranova,
para continuar a Inglaterra donde llegaron al puerto de Milford Haven, el 10 de
setiembre”.
Queda fijado en vista de esta relación que el
verdadero filibustero que saqueó a Caracas en 1595, no fue Drake, como aseguran
Oviedo y Baños y todos los historiadores y cronologistas modernos, sino el capitán
Amyas Preston, uno de los aventureros de aquella época de fechorías.
Como un apoyo más a cuanto hemos dicho, léase
lo que dice Kingsley al hablar de Amyas Leigh, durante la estada de este marino
en las aguas de La Guaira en 1583. “Los capitanes Amyas Preston y Sommers, con
una fuerza muy reducida, pero mayor que la de Leigh, desembarcaron donde no se
atrevió éste a hacerlo; y al atacar la fortaleza del puerto, supieron como
Leigh, que se esperaba su llegada y que el paso de la Venta, a 3.000 pies de
altura, en el camino de la Cordillera había sido fortificado con barricadas y
cañones. A pesar de esto, los aventureros de Preston ascienden a aquella
altura, paso a paso, en medio de la lluvia y de la niebla. Llega un momento en
que los soldados caen y piden la muerte de manos de sus oficiales, pues era ya
imposible continuar. Pero así desmayados siguen, se abren camino por entre los
bosques de bijaos silvestres y matorrales de rododendros, hasta que pasan por
las faldas de la Silla y se presentan delante de los mantuanos de Caracas,
quienes al verlos, quedan atónitos.
Después incendian la ciudad por falta de
rescate, y regresan triunfantes por el camino real”.
“No sé si viven algunos descendientes de
aquellos valientes capitanes, agrega Kinsley; pero si existieren, pueden estar
seguros de que la historia naval de Inglaterra no relata hecho más titánico,
efectuado contra la naturaleza y contra el hombre, que aquel ya olvidado, de
Amyas Preston y su compañero Sommers, el año de gracia de 1595”.
Aquiles Nazoa
Fue también el tiempo de Osorio aquel en que
Caracas fue saqueada por el corsario inglés Amyas Preston. Los constantes
asaltos con que el bandolerismo marino inglés de aquella época asediaba las
posesiones españolas en América, ran un
lejano reflejo de la guerra encarnizada que en aquellos tiempos tenía lugar en
Europa entre la Inglaterra isabelina y la España de Felipe II; guerra que tras
la apariencia de una discrepancia religiosa entre protestantismo y catolicismo
encubría en realidad una enconada pugna entre los dos imperios por el dominio
del mundo, y en la cual terminó España por perder su armada, llamada hasta
entonces La Invencible. A la cabeza de quinientos hombres de su flotilla
desembarcó Preston en La Guaira en marzo de 1595, y después de someter el
puerto a un saqueo del que no obtuvo sino algunos cueros y una carga de
zarzaparrilla, siguió para Caracas. Desde el primero de enero, el gobernador
Osorio había salido hacia Maracaibo y Trujillo, dejando encargados del Gobierno
a los alcaldes de turno, que lo eran Francisco Rebolledo y Garci González de
Silva. Las novedades del puerto se trasmitían entonces por medio de mensajes de
humo, fogatas que distanciadas unas de otras venían encendiéndose en orden
sucesivo a todo lo largo del cerro, hasta que la última era avistada por los
centinelas de la ciudad.
Alertados los alcaldes en aquella ocasión del
avance de los filibusteros, reunieron todas las fuerzas disponibles en la
capital y tomaron el camino real hacia La Guaira resueltos a interceptarles el
paso. Pero el previsor Preston tenía en su favor la cobardía de un español
traidor llamado Villalpando al que había hecho preso en Cumaná, y quien a
cambio de que le perdonara la vida, se había prestado a servirle como baquiano,
trayendo a los filibusteros por un camino distinto de aquel por el que les
esperaban las fuerzas de la ciudad. Utilizando así la pica de Galipán que
desemboca en el río Anauco al este de la ciudad, mientras los españoles lo
esperaban por el norte, pudo entrar cómodamente Preston a Caracas, encontrando
las defensas de la capital en completo desamparo. La sorprendida población tomó
lo que pudo de sus bienes y corrió a refugiarse masivamente con sus esclavos
(pues los piratas también acostumbraban robárselos) en un sitio al sur de la
ciudad, que por esa circunstancia se llama desde entonces la esquina de el
Reducto. La jornada resultó victoriosa para los hombres de Preston, aunque no
tan productiva en proventos de saqueo como ellos acaso esperarían, porque
Caracas apenas se reponía en aquellos días de una voracísima plaga de gusanos
que recientemente había abatido su economía. Pero sirvió también aquel duro
trance para que la ciudad diera su primer ejemplo de heroicidad y patriotismo,
en la figura de Alonso Andrea de Ledesma, viejo compañero de Diego de Losada, caballero
de quijotesca estirpe, que al ver a su ciudad invadida por el extranjero montó
su caballo, tomó su lanza y su adarga, y arremetió él solo contra los invasores.
Admirado de su noble gesto el propio Preston dio orden de que se respetase la
vida del hidalgo, pero fue tal la acometividad de aquel nuevo Quijote y tales
los daños de su lanza, que los hombres para defenderse se vieron forzados a
dispararle, derribándolo de un tiro de arcabuz. En homenaje de reconocimiento a
la hidalguía de tan hermoso gesto, el cadáver de don Alonso fue traído a la
ciudad en procesión por los invasores y enterrado –dice Baralt– “con grandes
muestras de honor y respeto”. Del cobarde Villalpando, en cambio, recibió la
ciudad su primera lección acerca del destino que espera a los traidores. Una
vez utilizados sus servicios, completando su triste papel de Judas de la
jornada fue colgado de un árbol por los mismos a quienes había servido.
Al darse cuenta los alcaldes del chasco de
que les había hecho objeto el astuto inglés, bajaron apresuradamente el cerro,
dispuestos a hacerle frente en la ciudad. Mas para esta eventualidad también
había tomado Preston sus medidas, haciéndose fuerte en las calles del Cabildo y
principalmente en la Catedral; allí sabía que por respeto a la majestad del
lugar los españoles no se atreverían a atacarle. Allí se mantuvo inexpugnable
desde el 29 de mayo hasta cuatro días después, cuando decidió retirarse,
llevándose considerable botín y dejando a su paso numerosas casas en llamas.
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