EXALTACIÓN DEL PERRO CALLEJERO
Ruin perro callejero,
perro municipal, perro sin amo,
que al sol o al aguacero
transitas como un gamo
trocado por la sarna en cachicamo.
Admiro tu entereza
de perro que no cambia su destino
de orgullosa pobreza
por el del perro fino,
casero, impersonal y femenino.
Cuya vida, sin gloria
ni desgracia, transcurre entre la holgura,
ignorando la euforia
que encierra la aventura
de hallar de pronto un hueso en la basura.
Que si bien se mantiene
igual que un viejo lord de noble cuna
siempre gordo, no tiene
como tú la fortuna
de dialogar de noche con la luna.
Mientras a él las mujeres
le ponen cintas, límpiale los mocos,
tú, vagabundo, eres
–privilegio de pocos–
amigo de los niños y los locos.
Y en tanto que él divierte
–estúpido bufón– a las visitas,
a ti da gusto verte
con qué gracia ejercitas
tus dotes de Don Juan con las perritas…
Can corriente y moliente,
nombre nadie te dio, ni eres de casta;
mas tú seguramente
dirás, iconoclasta:
—Soy simplemente perro, y eso basta.
La ciudadana escena
cruzas tras tu dietético recurso,
libre de la cadena
del perro de concurso
que ladra como haciendo algún discurso.
Y aunque venga un tranvía,
qué diablos, tú atraviesas la calzada
con la filosofía
riente y desenfadada
del que a todo perder no pierde nada.
DEDICATORIA
Cuando yo digo el nombre de María,
que para mí es la voz del agua clara,
es como si a los campos me asomara
con la mano de un niño entre la mía.
Porque su nombre es campo en lejanía
con mastranteros de fragante vara
y ella en las manos lleva y en la cara
los olores suavísimos del día.
Así pues fue el amor, sencillamente,
quien su nombre inscribió sobre mi frente
con cinco letras de melancolía.
Y no es mi voz sino el amor quien canta
como espiga sonora en mi garganta
cuando yo digo el nombre de María.
RETRATO 1940
Esta figura mía
de tan flaca da ganas de reír:
parece una lección de anatomía
con flux de casimir.
Esta figura mía,
toda costillas, sombra y discusiones,
parece una infeliz radiografía
con pantalones.
Un incipiente lomo
dobla un poco mi espalda envejecida.
(Yo parezco la sombra de un suicida
y sueño en relación con lo que como).
De buscar la tal “luz para el camino”,
a los veinte años tengo ya entrecejo.
(Yo parezco la sombra de un suicida;
cuantos más años pasan, soy más viejo...).
Mis manos son dos ramas desprendidas
de un añoso ciprés;
son tan flacas, nudosas, desteñidas,
que parecen dos guantes al revés.
Oh, mis manos, raíces carcomidas,
tan largas que me llegan a los pies.
¡Esta figura mía
llena de versos, huesos, amargura,
es una complicada antología
de hambre, bilis, amor, literatura
y odio a la barbería!
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