La casi totalidad de los poemas recopilados pertenecen al romancero del Llano.
Imagen en el archivo de Ofelia Rodríguez Pérez.
Al doctor Adolfo Ernst
EN EL NÚMERO 27 de El Cojo Ilustrado, correspondiente al 1 de febrero, el doctor Ernst nos dedica un trabajo que se refiere al Cancionero popular de Venezuela. Con frases tan verídicas como elocuentes saluda el sabio profesor a los heraldos de la poesía española allende y aquende el Atlántico, y compara la musa popular, en una y otra región, con esas flores silvestres de la gaya naturaleza, bellas, olorosas, risueñas y casi siempre ocultas, cual si quisieran vivir aisladas de las miradas indiscretas del mundo civilizado.
Pero al estudiar las cincuenta y nueve coplas
que el autor nos ofrece, como contribución a los numerosos materiales que
poseemos para el folklore venezolano, en cuyas páginas brillarán nuestros
cantos populares, encontramos que sólo veinte coplas pertenecen al Cancionero
nacional, correspondiendo el mayor número de aquéllas al Cancionero español.
Disertaremos acerca de este tema, aunque sea
muy brevemente, que ya podremos explanarnos cuando demos a la estampa la obra,
en la cual nada dejaremos en el tintero al relatar la historia del pueblo
venezolano, es decir; la historia de sus orígenes, creencias, mitología,
supersticiones, costumbres, cuentos, dichos, ciencia popular, refranes,
sentencias, etc., etc., y su Cancionero, ora en lo que tiene de original,
debido a múltiples causas, ya en lo que hereda de los conquistadores, esto es;
la belleza y gracia que en toda época ha caracterizado a los bardos del suelo
ibero, donde cada aldea, cada ruina, cada valle, ríos, praderas, costas y
montañas, todo nos refiere la historia de este pueblo sorprendente que vive, se
nutre, prospera, se agiganta con la savia heredada de sus predecesores, desde
los orígenes de la sociedad humana. El conjunto de tales materiales, después de
purgarlo de cuanto pertenezca al pueblo español o a otros pueblos, es lo que
constituye el folklore venezolano.
Nada más bello que el Cancionero español. La
copla poética, siempre espontánea, sencilla, llena de gracia y de fuego; la
glosa siempre hermoseada con los celajes cambiantes del sol, bajo un cielo
dilatado que tiene por límite occidental las siluetas agigantadas del mundo
colombino; la imaginación popular que en el extremo sur de la Europa canta a la
mujer y al amor, a la familia y a la patria, participa de las claridades del
Mediterráneo, de las tibias y perfumadas brisas del África, y aun del murmullo
de la ola que besa las costas andaluzas y las islas Afortunadas; ola que envía
al Viejo Mundo la corriente cálida del golfo mexicano. Tal poesía, decimos, es
obra que se regenera y hermosea siempre por la labor de los siglos y la savia
bullente del ingenio castellano. Así, el Cancionero popular de España está
sostenido, en todo tiempo, por las bellezas del suelo ibero, por los astros de
un cielo azul, constantes pregoneros de la grandeza nacional, desde los días en
que sucumbió el romano en tierras cantábricas hasta la titánica lucha que
hundió para siempre al Coloso de los modernos tiempos.
En el Cancionero español la mujer querida es
el tema ideal de todos los corazones, el amor es la fuerza que sostiene el
numen poético, la única luminaria que vivifica, si así puede decirse, los
astros del firmamento y las flores de la tierra. ¿De dónde viene este sentimiento
siempre joven, siempre poético, que celebra al amor, al hogar, a la patria? Es
herencia de los antiguos días de la edad media, cuando dominaban las cortes de
amor, y bardos y guerreros cobraban aliento en presencia de la serrana y de la
morisca o de la esbelta castellana, que sabía atraer con sus miradas al bardo
que, en dulces endechas, le revelaba su pasión al pie del feudal castillo. Es
el eco de dichas y desgracias pasadas, de las épocas de lucha, cuando familias
y pueblos supieron armarse en defensa de la honra nacional.
* * *
Pero el castellano, al conquistar el Nuevo
Mundo (de Venezuela hablamos), al entroncarse con los pueblos indígenas y más
tarde con individualidades de familias y razas de allende el Atlántico, si pudo
implantar la familia con todas sus virtudes, el sentimiento poético, las
costumbres, la religión, el habla, no pudo dejar por completo el Cancionero de
sus antepasados con toda la pureza de su origen. Nuevos medios en los cuales
iba a prosperar por un lado, y por el otro la mezcla de razas, la lucha que
debía emprender contra una naturaleza espléndida, rica y atractiva, pero
también llena de peligros, que constituye la verdadera escuela de los héroes
populares, debían obrar en el espíritu de los futuros bardos del Cancionero venezolano.
El cantor amoroso, sentimental de los pueblos andaluces y de los valles de
Granada, de las costas malagueñas y de las islas Afortunadas, debía ser
modificado ante la majestad de los bosques y ríos colombinos, de las dilatadas
pampas, altiplanicies y de los nevados y volcanes de los colosos Andes.
En el Cancionero castellano imperan la mujer
y el amor ideal que ella inspira, amor que acerca las almas a los dulces sones
de la música espontánea, pura como los sollozos del niño y misteriosa como el
suspiro íntimo de la joven, víctima de su propia ternura. Mas, si en el
Cancionero español la mujer con todas sus virtudes es el tema de la poesía
popular, en una gran parte del Cancionero venezolano, en la que se conexiona
con la dilatada pampa y regiones vecinas, imperan el valor, la destreza, la
agilidad, la voluntad que vence, forma a los héroes, y domeña la naturaleza
agreste y terrible; la astucia que se impone a la muchedumbre, el talento
natural que crea la epopeya. El domador del caballo y del toro, el vencedor del
jaguar y del caimán, del hombre en fin, en lucha personal o al frente de la
falange guerrera armada de la lanza de Aquiles, son también un ideal para la
mujer venezolana. Si el héroe de la pampa es digno de ser cantado, el corazón
de la mujer sabe también recompensar la gloria. Los antiguos vencedores del
circo romano no han desaparecido. En el Cancionero venezolano los héroes de la
pampa son aquellos que han sabido conquistarla, y bien merecen ellos ser
cantados por la musa popular al son de los discantes y de las maracas
indígenas.
Los antiguos aborígenes que en ella vivieron,
no supieron aprovecharla. Carecieron del caballo, alma del llanero y del
gaucho. Si en el Cancionero español el amor es imán, en el Cancionero
venezolano el imán es el valor. El llanero es más belicoso que amoroso, más
retraído que sociable.
El corazón de la mujer sabe también soñar con
esas exhalaciones de la llanura en que jinete y caballo parece que se rinden
ante la beldad querida, y desaparecen en el ardor de la pelea, para tornar
sonreídos y agraciados después de haber sido fiel imagen de los antiguos
hypántropos, descaladores del Olimpo. El caballo está siempre en primer
término, el caballo que es para el llanero el escudo de Marte. Conocida es
aquella estrofa que dice:
Mi caballo y mi mujer
Se me murieron a un tiempo;
Qué mujer ni qué demonio,
Mi caballo es lo que siento. (1)
(1) Esta copla es española, pero el cantor
llanero la ha aceptado por encontrarla de acuerdo
con sus ideas.
¿Quién no conoce aquella singular proclama de
Páez a sus centauros, cuando al caer su caballo muerto en una de tantas
refriegas sangrientas contra el español, exige de sus soldados terrible
venganza? Y en uno de tantos cantares llaneros se dice de la mujer:
Del toro la vuelta al cacho,
Del caballo la carrera.
De las muchachas bonitas
La cincha y la gurupera.
Un bardo popular castellano hubiera dicho a
la niña de sus amores:
Tienes una cinturita
Que parece contrabando;
Yo, como contrabandista,
Por ella vengo penando.
Y de una manera más metafórica:
Dos columnas de alabastro
Hechas con arquitectura,
Están sosteniendo el garbo
De su pulida cintura.
-La Fuente y Alcántara(Cancionero)-
Entre
los antiguos araucanos la mujer se decidía por el amante que había alcanzado el
mando, después de haber soportado sobre sus hombros pesos enormes. Las beldades
cumanagotas aceptaban al más sufrido; aquél que, después de bailar y cantar
durante muchas horas delante de la beldad indígena, caía rendido de cansancio y
de dolor ocasionados por la mordedura de insectos venenosos, en las manos
cubiertas con guantes de género, atados a las muñecas. La fuerza, el dolor, he
aquí las condiciones que exigía el amor de las beldades indígenas, antes de la
llegada de los castellanos. La serrana, la morisca del pueblo, la dulce
castellana del castillo feudal eran menos exigentes. Para éstas, antes que el
dolor y la fuerza, el amor, el amor en la música y en la suave poesía melíflua,
retozona, sabrosa, como diría alguna de nuestras beldades.
Al hablar Vergara y Vergara de la poesía
popular en las llanuras de Colombia contiguas a las de Apure, dice: "No ha
habido ningún poeta culto de los llanos; el pueblo compone lo que canta y canta
lo que compone. No acepta coplas de otras tierras. Sus composiciones favoritas
son romances aconsonantados, que llaman galerones, y que cantan en una especie
de recitado con inflexiones de canto en el cuarto verso. Es el mismo romance
popular de España, y contiene siempre la relación de alguna grande hazaña, en
que el valor y no el amor es el protagonista: el amor es personaje de segundo
orden en los dramas del desierto. Indudablemente tomaron la forma del metro y
la idea de los romances españoles; pero desecharon luego todos los originales y
compusieron romances suyos para celebrar sus propias proezas".( Vergara y
Vergara, Historia de la literatura de Nueva Granada, etc., etc. Bogotá,
Echeverría Hnos., 1867, 1 v).
Esto es cierto, como lo es también que en las
regiones occidental y oriental de Venezuela, el Cancionero popular ostenta otro
carácter pues tiene mucho del Cancionero español, sobre todo en las costas de
Coquibacoa y de Cumaná. Las canciones, romances, coplas y glosas del poeta
popular en estas localidades, tiene sabor andaluz. Ya nos ocuparemos más tarde
en esta materia, que trataremos con más extensión, al incluir, en nuestros
volúmenes del folk-lore venezolano, el Cancionero venezolano acompañado de
apreciaciones que servirán para la historia de nuestra poesía popular.
Para rematar estos ligeros apuntamientos
insertamos a continuación muestras del Cancionero popular de Venezuela, del
llanero, tipo único, original en su género, y una glosa del maracaibero de
bastante mérito. En las primeras figura el llanero jaquetón, valeroso, cuya
única gloria consiste en domar potros y sacarle lances al toro: Este tipo
valeroso canta sus méritos en presencia de la concurrencia o damas que le
escuchan. Son las siguientes:
En el hato de Setenta
Donde se colea el ganao,
Me dieron para mi silla
Un caballito melao;
Me lo dieron por maluco,
Y me salió retemplao.
Más acá de sí sé donde,
Juntico de la quebrada
Iba yo, ya nochecita,
Y halle la tigra cebada;
No sé qué estaba pensando
El dianche de condenada,
Que así que me vido encima
Me tiró una manotada.
“Huiste!” le dije á la indina,
No sea busté tan malcriada,
Que pa saludar a un hombre
No se le tira a la cara.
¿No ve que el morcillo es potro
Y que se asusta de nada?
Por lados del llano abajo
Donde llaman Parapara,
Me encontré con un becerro
Con los ojos en la cara;
El rabo lo tenía atrás,
Tenía pelos en el cuero,
Los cachos en la cabeza
Y las patas en el suelo;
Abajo tenía los dientes
Y arriba no tenía nada,
Y en medio de las quijadas
Tenía la lengua enredada.
Me llaman el “tantas muelas”
Aunque no las he mostrado,
Y si las llego a mostrar
Se ha de ver el sol clipsao,
La luna teñida en sangre,
Los elementos trocaos,
Las estrellas apagadas
Y al mesmo Dios admirao.
Para saltos, el conejo,
Para carrera, el venao;
Yo me parezco a los tigres
Y al león en lo colorao.
Yo no soy de por aquí,
Yo soy de Barquisimeto:
Nadie se meta conmigo,
Que yo con naide me meto.
Yo soy nacido en Aroa
Y bautizado en el Pao,
No hay zambo que
me la haya hecho
Que no me la haya pagao;
Que anoche comí culebra
Y esta mañana pescao;
Que los dedos tengo romos
De pegarle a los malcriao.
De los hijos de mi mama
Solo yo salí malcriao;
Los brazos los tengo blancos
De vivir enchaquetao;
No hay zambo que me la haya hecho
Que no me la haya pagao.
El que cantare conmigo
Ha de ser muy estudiao,
Porque lo tengo é dejar
Como feltriquera á un lao.
Conmigo y la rana, es gana
Que se metan á cantar,
Que no me gana á moler
Ni la piedra de amolar,
Porque tengo más quintillas
Que letras tiene un misal.
Yo fui el que le dio la muerte
Al plátano verde asao;
Cuando me lo dan, lo como,
Cuando no, aguanto callao.
Por si acaso me mataren
No me entierren en sagrao,
Entiérrenme en un llanito
Donde no pise el ganao;
Un brazo déjenme afuera
Y un letrero colorao
Pa que digan las muchachas:
“Aquí murió un desdichao;
No murió de tabardillo
Ni de dolor de costao,
Que murió de mal de amores
Que es un mal desesperao”.
Mi mujer está muy brava
Porque otra me agasajó…
¡Si yo tengo mi modito
Y me quieren, qué haré yo?
A ninguno le aconsejo
Que ensille sin gurupera;
Que en muchos caballos mansos
Los jinetes van a tierra. (3)
(3) El habernos decidido a insertar este
corrido, lo motiva el ver figurar esta copla entre los llaneros de que nos
habla el doctor Ernst.
Yo te di mi medio real
Porque me hicieras cariños;
Sólo me hiciste una vez,
Me estás debiendo un cuartillo.
Mi mama me dio un consejo,
Que no fuera enamorao,
Y cuando veo una bonita
Me le voy de medio lao,
Como el gallo a la gallina,
Como la garza al pescao,
Como la tórtola al trigo,
Como la vieja al cacao.
Yo no soy de por aquí,
Yo vengo del otro lao,
Y me trajo un capuchino
En las barbas enredao.
Si hubiere alguno en la rueda
Que con yo esté incomodao,
Sálgaseme para fuera,
Lo pondré patiaribiao
Con este brazo invencible
Que Jesucristo me ha dao,
Que en esos llanos de Achuagua
Yo soy el zambo mentao;
Yo fui el que le di la muerte
Al plátano verde asao,
Con un cabito de vela
Y un padre nuestro gloriao (4)
(4). Este “corrido” como lo llama el llanero,
se remonta a los primeros años del siglo. Lo publicó Vergara y Vergara por la
primera vez en el volumen mencionado; pero como nosotros poseemos una copia que
data del año de 1824, la insertamos íntegra, aunque exista cierta discrepancia
con la copia publicada. El otro corrido es el que sigue, de la misma época que
el precedente. Según vemos, los dos cantores son de la misma fuerza.
Estando enamoriscao
De una zamba en la piragua,
Me dijo que la llevara
Para los valles de Aragua.
La zamba como era güena
Nunca se sintió aflegía
Y el caballo con los cascos
Hasta la tierra partía.
Una hoja de cinco cuartas
De la vaina se salía.
Yo cogí ese llano abajo,
Lo cogí por travesía
Y en el hato de Antón Pérez
Hice la primer dormía.
Los peones en el caney
Ya se estaban convoyando;
Entre los peones había
Un blanquito muy nombrao;
Lo nombraban Hinojosa:
—Amigo, ¿é dónde es la mosa?
—Yo le dije: blanco viejo,
Eso es mucho preguntá,
Jale por una silleta
Y póngase una sotana
Y véngame a confesá.
El blanco era e pocas pulgas
Y allí me empezó a tirá,
Con asadores calientes
Me daban con carne asaa.
La otra muestra última, es glosa de una
cuarteta que figura en el cancionero de La Fuente y Alcántara y dice:
Llorad, llorad, ojos míos,
Llorad, que tenéis porqué;
Que no es vergüenza en un hombre
Llorar por una mujer.
El bardo popular de Maracaibo la modificó y
dijo:
Llorá, corazón, llorá,
Llorá si tenéis porqué;
Pues no es afrenta ninguna
Llorá por una mujer.
Y en seguida la glosó de esta manera:
¿No llora una flor constante
Si el viento sus hojas hiere?
¿No llora el sol cuando muere
En túmulo de diamante?
¿No llora el monte arrogante
Si el viento furioso da?
¿No llora el mar cuando está
De su centro dividido?
Pues si amor habéis perdido
“Llorá, corazón, llorá”.
¿No llora la fértil planta
Por muy frondosa que sea
Cuando el viento la estropea
Y el verano la quebranta?
Llora una fiera y se espanta
Cuando á su contraria ve;
Pues si los brutos sin fe
Lloran sin terminación,
Entonces con más razón
“Llora si tenéis porque”.
Una estrella refulgente
Llora al perder su arrebol,
Y entre las llamas, el sol
Cuando sale del Oriente.
Llora en menguante y creciente
Cuando está opaca, la luna,
Como también en la cuna,
Cuando no se satisface,
Llora el hombre cuando nace.
“Pues no es afrenta ninguna”.
¿No llora una simple ave
Cuando está sola en su nido
Y que cuenta haber perdido
Su dulce emético suave?
Pues si en los pájaros cabe
Llorar su destruido ser,
En el hombre es un deber
De más fuerte obligación,
Y puede, cuando hay razón,
“Llorá por una mujer”.
En estos cantos vemos reflejado en parte el
estro español. La idea es culta y bien se ve que el poeta obedece a una
inspiración más elevada.
Por el estudio cotejado que hemos hecho de
las dos porciones del cancionero popular de Venezuela, vemos que el llanero nos
ha proporcionado más datos históricos en las producciones de la pampa, que el
amatorio con sus cantos variados del occidente y oriente de Venezuela, desde
Coquibacoa a Cumaná, Margarita y Araya, estas tierras donde los andaluces de la
conquista celebraron la espléndida naturaleza de la Andalucía española y
contemplaron el bello cielo austral coronado por la Cruz del Sur. Sabido es que
ellos bautizaron las costas y tierras de Cumaná, de Cariaco, etc., con el
nombre de Nueva Andalucía. El cantor llanero de todas las épocas, nos ha
narrado siempre en diversos corridos la vida política o turbulenta de ciertos
personajes, sobre todo desde los días de la revolución de 1810. Él cantó a
Bolívar, a Páez, etc., etc., y también a Boves, Morillo, etc., etc. Y esto es
tan cierto, que a los dos meses de haber triunfado la Revolución Legalista,
llegaron a nuestra colección los cantos titulados El clarín del Totumo y La
Guariconga, donde están fotografiados por el poeta popular los principales
tipos de Caracas y otros lugares. Así, cada reyerta, desde la guerra entre
españoles y patriotas, de 1810 a 1824, hasta las revoluciones llamadas Azul,
Reivindicadora y Legalista, cada una ha dejado esbozos curiosos que sabrá
apreciar el futuro examinador de las tradiciones populares de Venezuela.
Pero no son el tipo llanero de la pampa, y el
amatorio de las costas orientales y occidentales de la república, los únicos
que constituyen el Cancionero popular de Venezuela; existe otro tipo, el
africano, de los negros de los valles de Aragua, del Tuy, de una parte de los
llanos y de otra de la costa venezolana, que tiene sus cantos especiales,
característicos. Este cantor de origen africano que ostenta su gala en las
fiestas dedicadas a San Juan Bautista, en los lugares mencionados, merece un
estudio detenido, porque todos sus actos llevan la estampa de una civilización
mixta: la africana mezclada con la venezolana.
Nota: este documento fue tomado de Orígenes
venezolanos (historia, tradiciones, crónicas y leyendas) de Arístides Rojas,
publicado por la Biblioteca Ayacucho, Caracas, 2008. Selección, prólogo y
cronología de Gregory Zambrano.
Arístides Rojas, nació en Caracas el 5 de noviembre de 1826 y
fallece, también en Caracas, el 4 de
marzo de 1894. Doctor en medicina, historiador, escritor ameno, cronista y
sabio entendido de lo venezolano entrañable. Se le reconoce,
históricamente, como miembro fundador de
la Sociedad de las Ciencias Físicas y Naturales, en 1867, miembro honorario de
la Academia de Bellas Letras de Santiago de Chile y miembro de la Academia de
las Ciencias Físicas y Naturales de Cuba.
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