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jueves, 13 de agosto de 2020

Cultura Unellez-VIPI 27. El Cancionero Popular de Venezuela. Estudio y varios poemas (Arístides Rojas)

 

La casi totalidad de los poemas recopilados pertenecen al romancero del Llano.

 Imagen en el archivo de Ofelia Rodríguez Pérez. 


Al doctor Adolfo Ernst

EN EL NÚMERO 27 de El Cojo Ilustrado, correspondiente al 1 de febrero,  el doctor Ernst nos dedica un trabajo que se refiere al Cancionero popular de Venezuela. Con frases tan verídicas como elocuentes saluda el sabio profesor a los heraldos de la poesía española allende y aquende el Atlántico, y compara la musa popular, en una y otra región, con esas flores silvestres de la gaya naturaleza, bellas, olorosas, risueñas y casi siempre ocultas, cual si quisieran vivir aisladas de las miradas indiscretas del mundo civilizado.

Pero al estudiar las cincuenta y nueve coplas que el autor nos ofrece, como contribución a los numerosos materiales que poseemos para el folklore venezolano, en cuyas páginas brillarán nuestros cantos populares, encontramos que sólo veinte coplas pertenecen al Cancionero nacional, correspondiendo el mayor número de aquéllas al Cancionero español.

Disertaremos acerca de este tema, aunque sea muy brevemente, que ya podremos explanarnos cuando demos a la estampa la obra, en la cual nada dejaremos en el tintero al relatar la historia del pueblo venezolano, es decir; la historia de sus orígenes, creencias, mitología, supersticiones, costumbres, cuentos, dichos, ciencia popular, refranes, sentencias, etc., etc., y su Cancionero, ora en lo que tiene de original, debido a múltiples causas, ya en lo que hereda de los conquistadores, esto es; la belleza y gracia que en toda época ha caracterizado a los bardos del suelo ibero, donde cada aldea, cada ruina, cada valle, ríos, praderas, costas y montañas, todo nos refiere la historia de este pueblo sorprendente que vive, se nutre, prospera, se agiganta con la savia heredada de sus predecesores, desde los orígenes de la sociedad humana. El conjunto de tales materiales, después de purgarlo de cuanto pertenezca al pueblo español o a otros pueblos, es lo que constituye el folklore venezolano.

Nada más bello que el Cancionero español. La copla poética, siempre espontánea, sencilla, llena de gracia y de fuego; la glosa siempre hermoseada con los celajes cambiantes del sol, bajo un cielo dilatado que tiene por límite occidental las siluetas agigantadas del mundo colombino; la imaginación popular que en el extremo sur de la Europa canta a la mujer y al amor, a la familia y a la patria, participa de las claridades del Mediterráneo, de las tibias y perfumadas brisas del África, y aun del murmullo de la ola que besa las costas andaluzas y las islas Afortunadas; ola que envía al Viejo Mundo la corriente cálida del golfo mexicano. Tal poesía, decimos, es obra que se regenera y hermosea siempre por la labor de los siglos y la savia bullente del ingenio castellano. Así, el Cancionero popular de España está sostenido, en todo tiempo, por las bellezas del suelo ibero, por los astros de un cielo azul, constantes pregoneros de la grandeza nacional, desde los días en que sucumbió el romano en tierras cantábricas hasta la titánica lucha que hundió para siempre al Coloso de los modernos tiempos.

En el Cancionero español la mujer querida es el tema ideal de todos los corazones, el amor es la fuerza que sostiene el numen poético, la única luminaria que vivifica, si así puede decirse, los astros del firmamento y las flores de la tierra. ¿De dónde viene este sentimiento siempre joven, siempre poético, que celebra al amor, al hogar, a la patria? Es herencia de los antiguos días de la edad media, cuando dominaban las cortes de amor, y bardos y guerreros cobraban aliento en presencia de la serrana y de la morisca o de la esbelta castellana, que sabía atraer con sus miradas al bardo que, en dulces endechas, le revelaba su pasión al pie del feudal castillo. Es el eco de dichas y desgracias pasadas, de las épocas de lucha, cuando familias y pueblos supieron armarse en defensa de la honra nacional.

* * *

Pero el castellano, al conquistar el Nuevo Mundo (de Venezuela hablamos), al entroncarse con los pueblos indígenas y más tarde con individualidades de familias y razas de allende el Atlántico, si pudo implantar la familia con todas sus virtudes, el sentimiento poético, las costumbres, la religión, el habla, no pudo dejar por completo el Cancionero de sus antepasados con toda la pureza de su origen. Nuevos medios en los cuales iba a prosperar por un lado, y por el otro la mezcla de razas, la lucha que debía emprender contra una naturaleza espléndida, rica y atractiva, pero también llena de peligros, que constituye la verdadera escuela de los héroes populares, debían obrar en el espíritu de los futuros bardos del Cancionero venezolano. El cantor amoroso, sentimental de los pueblos andaluces y de los valles de Granada, de las costas malagueñas y de las islas Afortunadas, debía ser modificado ante la majestad de los bosques y ríos colombinos, de las dilatadas pampas, altiplanicies y de los nevados y volcanes de los colosos Andes.

En el Cancionero castellano imperan la mujer y el amor ideal que ella inspira, amor que acerca las almas a los dulces sones de la música espontánea, pura como los sollozos del niño y misteriosa como el suspiro íntimo de la joven, víctima de su propia ternura. Mas, si en el Cancionero español la mujer con todas sus virtudes es el tema de la poesía popular, en una gran parte del Cancionero venezolano, en la que se conexiona con la dilatada pampa y regiones vecinas, imperan el valor, la destreza, la agilidad, la voluntad que vence, forma a los héroes, y domeña la naturaleza agreste y terrible; la astucia que se impone a la muchedumbre, el talento natural que crea la epopeya. El domador del caballo y del toro, el vencedor del jaguar y del caimán, del hombre en fin, en lucha personal o al frente de la falange guerrera armada de la lanza de Aquiles, son también un ideal para la mujer venezolana. Si el héroe de la pampa es digno de ser cantado, el corazón de la mujer sabe también recompensar la gloria. Los antiguos vencedores del circo romano no han desaparecido. En el Cancionero venezolano los héroes de la pampa son aquellos que han sabido conquistarla, y bien merecen ellos ser cantados por la musa popular al son de los discantes y de las maracas indígenas.

Los antiguos aborígenes que en ella vivieron, no supieron aprovecharla. Carecieron del caballo, alma del llanero y del gaucho. Si en el Cancionero español el amor es imán, en el Cancionero venezolano el imán es el valor. El llanero es más belicoso que amoroso, más retraído que sociable.

El corazón de la mujer sabe también soñar con esas exhalaciones de la llanura en que jinete y caballo parece que se rinden ante la beldad querida, y desaparecen en el ardor de la pelea, para tornar sonreídos y agraciados después de haber sido fiel imagen de los antiguos hypántropos, descaladores del Olimpo. El caballo está siempre en primer término, el caballo que es para el llanero el escudo de Marte. Conocida es aquella estrofa que dice:

Mi caballo y mi mujer

Se me murieron a un tiempo;

Qué mujer ni qué demonio,

Mi caballo es lo que siento. (1)

(1) Esta copla es española, pero el cantor llanero la ha aceptado por encontrarla de acuerdo

con sus ideas.

¿Quién no conoce aquella singular proclama de Páez a sus centauros, cuando al caer su caballo muerto en una de tantas refriegas sangrientas contra el español, exige de sus soldados terrible venganza? Y en uno de tantos cantares llaneros se dice de la mujer:

Del toro la vuelta al cacho,

Del caballo la carrera.

De las muchachas bonitas

La cincha y la gurupera.

 

Un bardo popular castellano hubiera dicho a la niña de sus amores:

Tienes una cinturita

Que parece contrabando;

Yo, como contrabandista,

Por ella vengo penando.

Y de una manera más metafórica:

Dos columnas de alabastro

Hechas con arquitectura,

Están sosteniendo el garbo

De su pulida cintura.

-La Fuente y Alcántara(Cancionero)-

 

 Entre los antiguos araucanos la mujer se decidía por el amante que había alcanzado el mando, después de haber soportado sobre sus hombros pesos enormes. Las beldades cumanagotas aceptaban al más sufrido; aquél que, después de bailar y cantar durante muchas horas delante de la beldad indígena, caía rendido de cansancio y de dolor ocasionados por la mordedura de insectos venenosos, en las manos cubiertas con guantes de género, atados a las muñecas. La fuerza, el dolor, he aquí las condiciones que exigía el amor de las beldades indígenas, antes de la llegada de los castellanos. La serrana, la morisca del pueblo, la dulce castellana del castillo feudal eran menos exigentes. Para éstas, antes que el dolor y la fuerza, el amor, el amor en la música y en la suave poesía melíflua, retozona, sabrosa, como diría alguna de nuestras beldades.

Al hablar Vergara y Vergara de la poesía popular en las llanuras de Colombia contiguas a las de Apure, dice: "No ha habido ningún poeta culto de los llanos; el pueblo compone lo que canta y canta lo que compone. No acepta coplas de otras tierras. Sus composiciones favoritas son romances aconsonantados, que llaman galerones, y que cantan en una especie de recitado con inflexiones de canto en el cuarto verso. Es el mismo romance popular de España, y contiene siempre la relación de alguna grande hazaña, en que el valor y no el amor es el protagonista: el amor es personaje de segundo orden en los dramas del desierto. Indudablemente tomaron la forma del metro y la idea de los romances españoles; pero desecharon luego todos los originales y compusieron romances suyos para celebrar sus propias proezas".( Vergara y Vergara, Historia de la literatura de Nueva Granada, etc., etc. Bogotá, Echeverría Hnos., 1867, 1 v).

Esto es cierto, como lo es también que en las regiones occidental y oriental de Venezuela, el Cancionero popular ostenta otro carácter pues tiene mucho del Cancionero español, sobre todo en las costas de Coquibacoa y de Cumaná. Las canciones, romances, coplas y glosas del poeta popular en estas localidades, tiene sabor andaluz. Ya nos ocuparemos más tarde en esta materia, que trataremos con más extensión, al incluir, en nuestros volúmenes del folk-lore venezolano, el Cancionero venezolano acompañado de apreciaciones que servirán para la historia de nuestra poesía popular.

Para rematar estos ligeros apuntamientos insertamos a continuación muestras del Cancionero popular de Venezuela, del llanero, tipo único, original en su género, y una glosa del maracaibero de bastante mérito. En las primeras figura el llanero jaquetón, valeroso, cuya única gloria consiste en domar potros y sacarle lances al toro: Este tipo valeroso canta sus méritos en presencia de la concurrencia o damas que le escuchan. Son las siguientes:

 

En el hato de Setenta

Donde se colea el ganao,

Me dieron para mi silla

Un caballito melao;

Me lo dieron por maluco,

Y me salió retemplao.

 

Más acá de sí sé donde,

Juntico de la quebrada

Iba yo, ya nochecita,

Y halle la tigra cebada;

No sé qué estaba pensando

El dianche de condenada,

Que así que me vido encima

Me tiró una manotada.

 

“Huiste!” le dije á la indina,

No sea busté tan malcriada,

Que pa saludar a un hombre

No se le tira a la cara.

 

¿No ve que el morcillo es potro

Y que se asusta de nada?

 

Por lados del llano abajo

Donde llaman Parapara,

Me encontré con un becerro

Con los ojos en la cara;

El rabo lo tenía atrás,

Tenía pelos en el cuero,

Los cachos en la cabeza

Y las patas en el suelo;

Abajo tenía los dientes

Y arriba no tenía nada,

Y en medio de las quijadas

Tenía la lengua enredada.

 

Me llaman el “tantas muelas”

Aunque no las he mostrado,

Y si las llego a mostrar

Se ha de ver el sol clipsao,

La luna teñida en sangre,

Los elementos trocaos,

Las estrellas apagadas

Y al mesmo Dios admirao.

 

Para saltos, el conejo,

Para carrera, el venao;

Yo me parezco a los tigres

Y al león en lo colorao.

Yo no soy de por aquí,

Yo soy de Barquisimeto:

Nadie se meta conmigo,

Que yo con naide me meto.

 

Yo soy nacido en Aroa

Y bautizado en el Pao,

No hay zambo que

me la haya hecho

Que no me la haya pagao;

Que anoche comí culebra

Y esta mañana pescao;

Que los dedos tengo romos

De pegarle a los malcriao.

 

De los hijos de mi mama

Solo yo salí malcriao;

Los brazos los tengo blancos

De vivir enchaquetao;

No hay zambo que me la haya hecho

Que no me la haya pagao.

 

El que cantare conmigo

Ha de ser muy estudiao,

Porque lo tengo é dejar

Como feltriquera á un lao.

 

Conmigo y la rana, es gana

Que se metan á cantar,

Que no me gana á moler

Ni la piedra de amolar,

Porque tengo más quintillas

Que letras tiene un misal.

 

Yo fui el que le dio la muerte

Al plátano verde asao;

Cuando me lo dan, lo como,

Cuando no, aguanto callao.

 

Por si acaso me mataren

No me entierren en sagrao,

Entiérrenme en un llanito

Donde no pise el ganao;

Un brazo déjenme afuera

Y un letrero colorao

Pa que digan las muchachas:

“Aquí murió un desdichao;

No murió de tabardillo

Ni de dolor de costao,

Que murió de mal de amores

Que es un mal desesperao”.

 

Mi mujer está muy brava

Porque otra me agasajó…

¡Si yo tengo mi modito

Y me quieren, qué haré yo?

 

A ninguno le aconsejo

Que ensille sin gurupera;

Que en muchos caballos mansos

Los jinetes van a tierra. (3)

(3) El habernos decidido a insertar este corrido, lo motiva el ver figurar esta copla entre los llaneros de que nos habla el doctor Ernst.

 

Yo te di mi medio real

Porque me hicieras cariños;

Sólo me hiciste una vez,

Me estás debiendo un cuartillo.

 

Mi mama me dio un consejo,

Que no fuera enamorao,

Y cuando veo una bonita

Me le voy de medio lao,

Como el gallo a la gallina,

Como la garza al pescao,

Como la tórtola al trigo,

Como la vieja al cacao.

 

Yo no soy de por aquí,

Yo vengo del otro lao,

Y me trajo un capuchino

En las barbas enredao.

 

Si hubiere alguno en la rueda

Que con yo esté incomodao,

Sálgaseme para fuera,

Lo pondré patiaribiao

Con este brazo invencible

Que Jesucristo me ha dao,

Que en esos llanos de Achuagua

Yo soy el zambo mentao;

Yo fui el que le di la muerte

Al plátano verde asao,

Con un cabito de vela

Y un padre nuestro gloriao (4)

 

(4). Este “corrido” como lo llama el llanero, se remonta a los primeros años del siglo. Lo publicó Vergara y Vergara por la primera vez en el volumen mencionado; pero como nosotros poseemos una copia que data del año de 1824, la insertamos íntegra, aunque exista cierta discrepancia con la copia publicada. El otro corrido es el que sigue, de la misma época que el precedente. Según vemos, los dos cantores son de la misma fuerza.

Estando enamoriscao

De una zamba en la piragua,

Me dijo que la llevara

Para los valles de Aragua.

La zamba como era güena

Nunca se sintió aflegía

Y el caballo con los cascos

Hasta la tierra partía.

Una hoja de cinco cuartas

De la vaina se salía.

Yo cogí ese llano abajo,

Lo cogí por travesía

Y en el hato de Antón Pérez

Hice la primer dormía.

Los peones en el caney

Ya se estaban convoyando;

Entre los peones había

Un blanquito muy nombrao;

Lo nombraban Hinojosa:

—Amigo, ¿é dónde es la mosa?

—Yo le dije: blanco viejo,

Eso es mucho preguntá,

Jale por una silleta

Y póngase una sotana

Y véngame a confesá.

El blanco era e pocas pulgas

Y allí me empezó a tirá,

Con asadores calientes

Me daban con carne asaa.

 

La otra muestra última, es glosa de una cuarteta que figura en el cancionero de La Fuente y Alcántara y dice:

Llorad, llorad, ojos míos,

Llorad, que tenéis porqué;

Que no es vergüenza en un hombre

Llorar por una mujer.

 

El bardo popular de Maracaibo la modificó y dijo:

Llorá, corazón, llorá,

Llorá si tenéis porqué;

Pues no es afrenta ninguna

Llorá por una mujer.

 

Y en seguida la glosó de esta manera:

¿No llora una flor constante

Si el viento sus hojas hiere?

¿No llora el sol cuando muere

En túmulo de diamante?

¿No llora el monte arrogante

Si el viento furioso da?

¿No llora el mar cuando está

De su centro dividido?

Pues si amor habéis perdido

“Llorá, corazón, llorá”.

 

¿No llora la fértil planta

Por muy frondosa que sea

Cuando el viento la estropea

Y el verano la quebranta?

Llora una fiera y se espanta

Cuando á su contraria ve;

Pues si los brutos sin fe

Lloran sin terminación,

Entonces con más razón

“Llora si tenéis porque”.

 

Una estrella refulgente

Llora al perder su arrebol,

Y entre las llamas, el sol

Cuando sale del Oriente.

Llora en menguante y creciente

Cuando está opaca, la luna,

Como también en la cuna,

Cuando no se satisface,

Llora el hombre cuando nace.

“Pues no es afrenta ninguna”.

 

¿No llora una simple ave

Cuando está sola en su nido

Y que cuenta haber perdido

Su dulce emético suave?

Pues si en los pájaros cabe

Llorar su destruido ser,

En el hombre es un deber

De más fuerte obligación,

Y puede, cuando hay razón,

“Llorá por una mujer”.

 

En estos cantos vemos reflejado en parte el estro español. La idea es culta y bien se ve que el poeta obedece a una inspiración más elevada.

Por el estudio cotejado que hemos hecho de las dos porciones del cancionero popular de Venezuela, vemos que el llanero nos ha proporcionado más datos históricos en las producciones de la pampa, que el amatorio con sus cantos variados del occidente y oriente de Venezuela, desde Coquibacoa a Cumaná, Margarita y Araya, estas tierras donde los andaluces de la conquista celebraron la espléndida naturaleza de la Andalucía española y contemplaron el bello cielo austral coronado por la Cruz del Sur. Sabido es que ellos bautizaron las costas y tierras de Cumaná, de Cariaco, etc., con el nombre de Nueva Andalucía. El cantor llanero de todas las épocas, nos ha narrado siempre en diversos corridos la vida política o turbulenta de ciertos personajes, sobre todo desde los días de la revolución de 1810. Él cantó a Bolívar, a Páez, etc., etc., y también a Boves, Morillo, etc., etc. Y esto es tan cierto, que a los dos meses de haber triunfado la Revolución Legalista, llegaron a nuestra colección los cantos titulados El clarín del Totumo y La Guariconga, donde están fotografiados por el poeta popular los principales tipos de Caracas y otros lugares. Así, cada reyerta, desde la guerra entre españoles y patriotas, de 1810 a 1824, hasta las revoluciones llamadas Azul, Reivindicadora y Legalista, cada una ha dejado esbozos curiosos que sabrá apreciar el futuro examinador de las tradiciones populares de Venezuela.

Pero no son el tipo llanero de la pampa, y el amatorio de las costas orientales y occidentales de la república, los únicos que constituyen el Cancionero popular de Venezuela; existe otro tipo, el africano, de los negros de los valles de Aragua, del Tuy, de una parte de los llanos y de otra de la costa venezolana, que tiene sus cantos especiales, característicos. Este cantor de origen africano que ostenta su gala en las fiestas dedicadas a San Juan Bautista, en los lugares mencionados, merece un estudio detenido, porque todos sus actos llevan la estampa de una civilización mixta: la africana mezclada con la venezolana.

 

Nota: este documento fue tomado de Orígenes venezolanos (historia, tradiciones, crónicas y leyendas) de Arístides Rojas, publicado por la Biblioteca Ayacucho, Caracas, 2008. Selección, prólogo y cronología de Gregory Zambrano.

Arístides Rojas,  nació en Caracas el 5 de noviembre de 1826 y fallece, también en Caracas,  el 4 de marzo de 1894. Doctor en medicina, historiador, escritor ameno, cronista y sabio entendido de lo venezolano entrañable. Se le reconoce, históricamente,  como miembro fundador de la Sociedad de las Ciencias Físicas y Naturales, en 1867, miembro honorario de la Academia de Bellas Letras de Santiago de Chile y miembro de la Academia de las Ciencias Físicas y Naturales de Cuba.


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