Don Andrés Bello, singular figura literaria universal, cuya fecha de nacimiento, el 29 de noviembre de 1781, forja la celebración del Día Nacional del Escritor y el Editor
El 29 de noviembre de cada año los
venezolanos celebran el Día Nacional del Escritor y del Editor, festejo de
doble vertiente, que por un lado honra el ejemplarizante desempeño literario y editorial
de Andrés Bello, en la fecha de su natalicio (el 29 de noviembre de 1781), como a los
escritores y/o editores en la amplia gama de medios impresos, didácticos, escénicos y audiovisuales; al escritor compete la "producción" del texto y al editor su divulgación, se trata , sea dicho, de oficios complementarios. Sólo imaginar nuestras vidas sin
los cuentos, canciones, poemas, novelas, piezas de teatro, ensayos, los guiones
de cine, radio, televisión e internet, que a diario alimentan nuestro espíritu,
sería muy triste.
Para aproximarnos a la gigantesca y pionera obra de
Andrés Bello les ofrecemos los siguientes apuntes de Pedro Grases.
Gracias por su visita
Isaías Medina López
“Humanista, poeta, legislador, filósofo,
educador, crítico y filólogo; en suma, autor de una obra poligráfica, que
constituye la base más sólida de la civilización hispanoamericana. Vivió en
Venezuela las 3 últimas décadas de la dominación española y en otros lugares
algo más de la mitad del primer siglo de vida independiente de las repúblicas
americanas hispanohablantes. De este segundo período, los 20 primeros años
corresponden al tiempo de lucha por la emancipación nacional, cuyo desarrollo,
vicisitudes y triunfo, observó desde Londres. Los últimos 36 años de su vida,
pasados en Chile, son los de consolidación de la existencia política y cultural
de los nuevos estados. Tal fue el tiempo de Bello; Colonia (Caracas,
1781-1810); Guerra de Independencia (Londres, 1810-1829); gobierno y fijación
de las nacionalidades hispanoamericanas (Chile, 1829-1865). Su pensamiento y su
labor están determinadas por dichas circunstancias, a las cuales debemos
siempre referir lo que produjo, para llegar a entender el alcance de su obra.
Hijo primogénito de Bartolomé Bello y de Ana Antonia López. Andrés, vivió su
infancia, mocedades y juventud hasta los 29 años en Caracas. Cursó las primeras
letras en la «Academia» de Ramón Vanlosten. Desde niño tuvo pasión por la
lectura, particularmente de los clásicos del Siglo de Oro español. Frecuenta el
convento de las Mercedes, donde aprende latín con el padre Cristóbal de
Quesada. A la muerte de este (1796) traducía Bello el libro V de la Eneida.
Estudia, desde 1797, en la Real y Pontificia
Universidad de Caracas y se gradúa de bachiller en artes, el 14 de junio de
1800. En enero conoce y acompaña a Alejandro de Humboldt en la ascención a la
cima del monte Ávila. Comienza la carrera de derecho y luego la de medicina.
Durante sus estudios ha dado clases particulares, entre otros a Simón Bolívar;
y ha comenzado a manifestarse como literato, principalmente en la tertulia de
los Ustáriz. Los versos de Bello (traducciones del latín, del francés,
adaptaciones de poemas clásicos, junto a poesías originales) le han ganado
prestigio entre sus coetáneos, y además, un título específico: El Cisne del
Anauco. Estudiaba por su propia iniciativa francés e inglés.
En 1802 es nombrado oficial segundo de la
secretaría de la capitanía general de Venezuela, en cuyo desempeño mereció
honores, como el de comisario de guerra, otorgado en 1807, año en que es
nombrado secretario civil (en lo político) de la Junta de la Vacuna. En 1810 es
ascendido por la Junta de Caracas, a oficial primero de la Secretaría de
Relaciones Exteriores. En julio de 1806 solicita Bello en arrendamiento
perpetuo a su nombre y en el de su madre y hermanos unas tierras en las laderas
de la fila de Mariches, al este de Caracas, para dedicarlas al cultivo del
café; le fueron concedidas en el sitio denominado El Helechal, que recordará
siempre con añoranza hasta el fin de sus días.
Las pocas obras juveniles de Bello
conservadas tienen fecha imprecisa. Compuso las siguientes: el poema «A la
vacuna», la oda «Al Anauco»; el soneto «A una artista»; la égloga «Tirsis
habitador del Tajo umbrío»; el romance «A un samán»; la oda «A la nave», y los
sonetos «A la victoria de Bailén» y «Mis deseos». Escribió también los dramas
Venezuela consolada y España restaurada, así como el Resumen de la historia de
Venezuela, la más antigua prosa que poseemos del gran humanista. Tenemos
noticias de otras obras desventuradamente perdidas, como la égloga «Hace el Anauco
un corto abrigo en donde...»; el estudio sobre el «que» y un auto de Reyes, La
infancia de Jesús, en endecasílabos.
En 1808, con la introducción de la imprenta
de Mateo Gallagher y James Lamb, Bello se convierte en el redactor de la Gaceta
de Caracas, pero es difícil atribuir con exactitud lo que se debe a su pluma.
Emprendió una revista nonata: El Lucero, con Francisco Isnardi. Corresponde a
los días de Caracas la obra impresa en 1841, Análisis ideológica de los tiempos
de la conjugación castellana, estudio iniciado, según sus propias palabras, en
su juventud. Lamentamos la pérdida de la traducción y adaptación al castellano
del Arte de escribir del abate Condillac, que dejó escrita en 1810 y se
imprimió, sin su anuencia, en 1824.
El 10 de junio de 1810, en la corbeta inglesa
General Wellington, parte de Venezuela hacia Londres acompañando a Simón
Bolívar y a Luis López Méndez en la misión diplomática nombrada por la Junta de
Gobierno de Caracas cerca del gobierno inglés. Permanecerá en Londres hasta 1829,
con grandes períodos de penuria y dificultades económicas. Los más importantes
acontecimientos de su vida en Londres, desde 1810 hasta 1829, son los
siguientes: encuentro con Francisco de Miranda, quien le permite el uso de la
biblioteca, en Grafton Street, que fue una auténtica revelación cultural para
Bello, en los libros de Miranda estudia griego; desempeña con acierto la
Secretaría de la Misión Diplomática; en 1813, solicita ser incluido en la
amnistía que había acordado España a los patriotas americanos; en 1814 se casa
con María Ana Boyland de la que enviuda en 1821, de este matrimonio nacieron 3
hijos; se relaciona con intelectuales emigrados españoles y con grandes
personalidades inglesas políticas y científicas; en 1815 solicita un puesto al
gobierno de Cundinamarca, pero su petición no llega a destino, ya que las
tropas de Pablo Morillo interceptan el mensaje; se ofrece al gobierno de las
Provincias Unidas del Río de la Plata, pero no llega a trasladarse a Buenos
Aires, con todo y haber sido aceptado su ofrecimiento; gracias a José María
Blanco White, escritor y polemista español exiliado en la capital británica,
recibe auxilios del gobierno inglés y entra como preceptor de los hijos de
William Richard Hamilton, subsecretario de Estado; desempeña varias tareas
intelectuales, con las que puede sobrevivir en tantas adversidades.
En 1822, es nombrado secretario interino de
la Legación de Chile en Londres a cargo de Antonio José de Irisarri; participa
en la fundación de la Sociedad de Americanos, que promovió la publicación de 2
grandes revistas: la Biblioteca Americana (1823) y El Repertorio Americano
(1826-1827), en las que participó activamente. En 1824, se casa con Isabel
Antonia Dunn de cuyo matrimonio nacerán 12 hijos; en 1825 se encarga de la
Secretaría de la Legación de la Gran Colombia, en cuyas funciones llegó en
1827, por unos meses, encargado de negocios. En 1826 es elegido miembro de
número de la Academia Nacional creada en Bogotá a fines de ese año.
Se le nombra en 1828 cónsul general de
Colombia en París, y se le previene que al concretarse las relaciones con
Portugal deberá pasar a esa Corte como ministro plenipotenciario, funciones que
no llega a ocupar, pues en 1829 decide trasladarse a Santiago de Chile con su
familia. Es asombrosa su actividad, tanto en el estudio como en su obra
escrita, durante los 19 años de su vida londinense. Trabaja en los asuntos
políticos, diplomáticos y hacendísticos americanos a él confiados; investiga
asiduamente en el Museo Británico; completa sus conocimientos lingüísticos,
filológicos y de historia literaria; se prepara en experiencias diplomáticas y
en estudios de derecho internacional; se dedica a la enseñanza privada; dirige
publicaciones; llena sus páginas con escritos de carácter enciclopédico; crea
sus más grandes poemas originales y elabora estudios de crítica y de historia
literaria y filológica. En una palabra, completa y consolida su formación,
ensancha sus conocimientos y comienza la labor de publicista que habrá de darle
renombre en todo el continente americano y aún más allá de sus límites. En
varios campos de conocimiento manifiesta Bello su perfeccionamiento de la
formación humanística que había recibido en Caracas. En poesía elabora en sus
días londinenses sus 2 poemas: la silva Alocución a la poesía, que imprime en
1823 y la silva La agricultura de la zona tórrida, que ve la luz en 1826;
creaciones que lo consagran como el príncipe de la literatura hispanoamericana.
Compone, asimismo, otras poesías menores, El himno a Colombia (1825); Carta de
Londres a París por un americano a otro (dirigida a José Joaquín Olmedo);
Canción a la disolución de Colombia (1829). Traduce del francés y del inglés al
castellano (Delille y Byron). Por otra parte, desarrolla su capacidad de
crítico literario con estudios sobre Álvarez de Cienfuegos, José Joaquín
Olmedo, Diego Fernández de Navarrete, Javier de Burgos, José María Heredia,
Cruz Varela, etc.
Las investigaciones sobre el idioma
castellano (ortografía, etimología) anuncian al filólogo del lenguaje que habrá
de ser en Chile, al escribir la Gramática de la lengua castellana destinada al
uso de los americanos (1847). Se adentra en los temas de la crítica filológica
y literaria histórica (Sismondi); versificación latina y griega; sistema de
asonancias; poesía medieval castellana con sus primeras aportaciones al estudio
del Poema del Mío Cid. Y además, su impresionante labor de divulgación en temas
geográficos, científicos, médicos, mineralógicos y de historia natural, con el
homenaje tributado a Humboldt. Todo ello nos indica un amplio horizonte de
intereses, tanto como una sólida formación, lo cual habrá de dar frutos
excelentes como maestro y humanista a su regreso a América.
Parte de Londres el 14 de febrero de 1829,
llega a Valparaíso el 25 de junio, a bordo del bergantín inglés Grecian y
permanecerá en Chile hasta su muerte. Reside durante la casi totalidad de los
36 años en Santiago, pues salvo cortos períodos en Valparaíso y en la hacienda
de los Carrera, en San Miguel del Monte, permaneció siempre en la capital
chilena o en sus cercanías (Peñalolén). Los sucesos que jalonan la vida de
Bello en Chile son los siguientes: en 1829, es nombrado oficial mayor del
Ministerio de Hacienda; en 1830, se le designa rector del colegio de Santiago;
el mismo año se inicia la publicación de El Araucano, del que fue principal
redactor hasta 1853.
En 1831, comienza su actividad como maestro
en su propio domicilio; en 1832, publica la primera edición de los Principios
de derecho de jentes, transformado luego en Principios de derecho
internacional; es nombrado en 1832, miembro de la Junta de Educación; el 15 de
octubre de 1832, el Congreso de Chile lo declara chileno legal, con la plenitud
de derechos del ciudadano chileno; en 1834, pasa a desempeñar hasta 1852, la
Oficialía Mayor del Ministerio de Relaciones Exteriores; en 1835, publica los
Principios de ortología y métrica; en 1837, es elegido senador de la República,
cargo que desempeña hasta su muerte; en 1840, empieza sus trabajos que
culminarán en el Código Civil; en 1841 publica la obra Análisis ideológica de
los tiempos de la conjugación castellana y el poema «El incendio de la
Compañía», que se estima como la primera manifestación del romanticismo en
Chile; en 1842, se decreta la fundación de la Universidad de Chile, cuya
inauguración en 1843 es el acto más trascendental en la vida del maestro Bello,
quien ejerce su rectorado.
En abril de 1847, publica la primera edición
de la Gramática castellana destinada al uso de los americanos; en 1848, publica
la Cosmografía o descripción del universo; en 1850, su Historia de la
literatura; en 1851, es designado miembro honorario de la Real Academia
Española y en 1861, miembro correspondiente; en 1852, termina la preparación
del Código Civil, que es aprobado por el Congreso chileno en 1855; en 1864, se
le elige árbitro para dirimir una diferencia internacional entre Ecuador y
Estados Unidos; en 1865, se le escoge para ser árbitro de la controversia entre
Perú y Colombia, encargo que declina por estar gravemente enfermo.
En Chile publica la mayor parte de su obra y
moldea generaciones de discípulos. Da a las prensas de manera ininterrumpida
los frutos de su ingenio desde sus 48 hasta los 84 años de edad. No es fácil
reducir a breve esquema la acción, tan vasta y rica de una larga, silenciosa y
paciente vida de trabajo. El propósito fundamental de Bello podría sintetizarse
en el «proyecto civilizador» en pro de los países llegados a la independencia
nacional, después de la dura lucha por conseguirla. Humanista integral, nos
ofrece una personalidad diferente del humanista del Renacimiento, erudito, que
se complacía en descifrar cuestiones filológicas o de hermenéutica, hasta
cierto punto preciosistas; está más lejos todavía del tipo del pensador que
busca únicamente el goce íntimo en la aprehensión de la belleza intelectual en
las creaciones humanas.
La finalidad que persigue es distinta: se
propone asentar las bases de civilización y cultura, requeridas por las
sociedades hispanoamericanas, al advenir a la situación de pueblos emancipados.
O sea, que todo lo que hace presenta un profundo contenido político, educativo.
Invoca el ejemplo de las civilizaciones precedentes en la historia de la
humanidad, obra de pueblos «...que han trabajado para nosotros...»; que
formaron naciones ricas de conocimientos, de que «...podemos participar, con
solo quererlo...». Fija, entonces, las líneas fundamentales de la educación que
por su propio esfuerzo, mediante «...el proceder analítico...», debían
conquistar y asimilarlas distintas porciones del vasto continente americano.
Tales admoniciones conforman la función básica de un maestro conductor. Visto
desde esta perspectiva, se iluminan y se refunden armoniosamente en magnífica
unidad los trabajos a que dedicó su poderosa inteligencia y su preparación excepcional,
pues todo converge a un mismo fin: civilizar a una América liberada, que
requería estudiar y hacer propio el saber universal para adaptarlo a las
peculiaridades de cada pueblo. La gran pregunta que Bello se formula durante su
residencia en Londres, cuando podía contemplar la América en conjunto (en su
historia y en su realidad) es, sin duda, cuál debía ser la educación de cada
pueblo para desarrollar la cultura peculiar, equilibrada, sólida, totalizadora,
a fin de construir el futuro. En Inglaterra concibió la aplicación de su
preparación humanística, perfeccionada respecto a sus días juveniles.
La organización político-social fue su
primordial preocupación por cuanto debían definirse «las bases jurídicas del
Estado» (no era abogado y sin embargo era el mayor jurista de su tiempo): la
enseñanza del derecho romano (nos queda el texto de sus lecciones) y la
ordenación constitucional (su participación en la Constitución de 1833, sus
cursos de derecho político), son sus primeras actividades docentes en Chile; la
elaboración del Código Civil, ardua empresa a la que dedica casi 20 años de
tarea ininterrumpida; y lo que ha llamado Guillermo Feliú Cruz «la creación de
la administración pública», mediante sus dictámenes y la acción diaria en altos
cargos de Gobierno y asesoría en Chile.
Aunque estuviese en la Secretaría de
Relaciones Exteriores sus advertencias y consejos abarcaron toda la gobernación
del Estado. No hay que olvidar su obra de legislador en el Senado. Con todo
ello dejaba asentada la base de la convivencia civil entre ciudadanos. «El
papel del Estado en la comunidad de naciones» lo atiende en sus Principios de
derecho de jentes (1832) (llamados luego, Principios de derecho internacional,
a partir de la segunda edición, 1844). Por otra parte, el dominio de la teoría
del derecho internacional le permite dictaminar cada caso concreto, desde la
Oficialía Mayor de la Secretaría de Relaciones Exteriores. Se requería además,
atender al «lenguaje», como medio providencial de relación entre las naciones
del mundo hispánico, por lo que fue también objeto de atención, desde las
Advertencias sobre el uso del castellano (1833-1834) hasta culminar en su
Gramática (1847).
Por otra parte sus investigaciones sobre el
castellano en su historia: Poema del Cid, la Gramática latina (1846), y todos
los trabajos sobre la edad media literaria, o estudios sobre el griego y el
latín, pertenecen a esta preocupación por preservar el idioma ante cualquier
deterioro. La gran urgencia era la «educación», finalidad que persigue no sólo
en su decisiva función de rector de la Universidad de Chile (1843), sino en la
acción diaria en las aulas o en su propio domicilio. La dedicación a los temas de
la enseñanza desde la docencia superior hasta la escuela primaria, fue
constante en su vida. Desde el estudio de las bases del raciocinio, que es su
Filosofía del entendimiento (edición póstuma, 1881) hasta la definición de los
conceptos fundamentales de la educación en su discurso inaugural de la
Universidad de Chile (1843) hasta los manuales de estudio que preparó y publicó
Cosmografía (1848), Historia de la literatura (1850), Compendio de gramática
castellana para uso de las escuelas primarias (1851) y sus advertencias
orientadoras sobre la historiografía: Modo de escribir la historia (1848), Modo
de estudiar la historia (1848), etc.
En esta finalidad docente debe incluirse su
constante preocupación por divulgar el conocimiento de las ciencias. «El buen
gusto» entra, plenamente en el campo de su acción civilizadora. Además del goce
íntimo que experimenta quien está favorecido por las musas («...adornaron de
celajes alegres la mañana de mi vida...», dijo Bello), cultivó la poesía, que
le acompaña siempre desde su juventud. Hay que situar en el propósito de la
educación del gusto, su labor de traductor de poesía y teatro (francés, inglés,
italiano, latín), así como su labor continuada en la crítica literaria. Sobre
estos firmes pilares (organización del Estado, vida internacional, lenguaje,
educación y formación del buen gusto) edifica su obra ingente. Todo cuanto hace
converge a este elevado propósito: definir la civilización hispanoamericana.
Para ello, utiliza los medios que tiene a su alcance: el libro, las lecciones,
el teatro, el periódico (El Araucano, principalmente).
Si contemplamos la personalidad de Bello
comprometido a transmitir el concepto de civilización para Hispanoamérica,
todas las partes de su amplísima y variada actividad se ensamblan perfectamente.
Y se ratifica la interpretación que la historia de la cultura ha dado a su
persona: la de fundador de la cultura americana que habla español, como primer
humanista del continente.
Tomado de:
https://bibliofep.fundacionempresaspolar.org/dhv/entradas/b/bello-andres/